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Selena podía imaginar lo terrible que había sido para él ver cómo se descontrolaba el automóvil.

— Lo siento — musitó. Se abrazó temblorosa. Harry resopló irritado.

— Lo sientes... Es todo lo que puedes decir, ¿verdad? — le espetó —. Bien, pues ya puedes ir despidiéndote de ese maldito deportivo. Tus días de conductora temeraria han terminado.

— ¡No tienes derecho a mangonear en mi vida de ese modo! — le gritó Selena con los labios temblorosos y los dientes apretados —. ¡No eres mi tutor!

— No — reconvino él con una sonrisa cruel —, es cierto, soy tu marido, el marido de una mujer santa y virginal que deja que cualquiera, excepto yo, la toque.

Aquello fue demasiado para Selena. Rompió a llorar de nuevo con amargura, volviendo el rostro hacia la ventanilla.

— Oh, no... — gruñó Harry — , por amor de Dios, no llores, no soporto ver llorar a una mujer.

— Pues entonces no me mires, maldita sea — le espetó ella entre sollozos.

Harry maldijo entre dientes. Se sentía como si le hubieran pegado una patada.

— Por favor, Selena, deja de llorar. No pasa nada, lo importante es que no estás herida — le dijo en un tono de voz más suave, más sosegado.

Le acarició el cabello vacilante, y de pronto, entre la maraña de recuerdos de lo que había ocurrido minutos antes, relumbró un gesto de ella: le había acariciado el rostro, susurrándole algo, y después lo había besado para consolarlo. ¿Qué era lo que le había susurrado...?

— Me llamaste «amor mío»... antes, cuando te saqué del coche — dijo en voz alta aturdido al recordarlo. Selena dio un respingo.

— ¿Eso dije? Debió ser por el golpe — murmuró sorbiendo suavemente por la nariz y secándose los ojos —. ¿Podemos irnos a casa, Harry? Necesito beber algo fuerte que haga que vuelva a entrarme el alma en el cuerpo.

— Y luego me... besaste — continuó él. No iba a dejar que evadiera el asunto.

Selena se puso pálida de repente y después enrojeció.

— Es que estabas muy alterado y quise tranquilizarte — se excusó sin atreverse a mirarlo a la cara.

— He estado alterado otras veces, y nunca me has besado, Selena — replicó él mientras giraba la llave en el contacto, con los ojos entornados —. De hecho, ni siquiera cuando salíamos juntos diste jamás el primer paso.

— Creo que me he dejado el bolso en el deportivo — murmuró Selena azorada.
Harry suspiró molesto ante aquella nueva evasiva, pero alargó el brazo bajo el asiento de ella, y lo sacó de allí, colocándoselo en el regazo.

— Gracias — murmuró ella.

— Recuéstate en el asiento y descansa. Enseguida llegaremos a casa.
Selena obedeció y cerró los ojos, mientras que Harry volvió la vista de nuevo a la carretera, pensativo.

¿Sería posible que hubiese estado equivocado todo el tiempo? Hasta entonces había estado muy seguro de que ella lo había rechazado porque le provocaba repulsión, pero, ¿cómo interpretar entonces la apasionada presión de aquellos labios tan cálidos y ansiosos sobre los suyos minutos atrás? Claro que ella había estado muy asustada en ese momento, y el miedo producía reacciones curiosas en las personas. Pero si la había preocupado hasta el punto de besarlo para tranquilizarlo, algo tenía que sentir por él, se dijo confuso.

Cuando llegaron al rancho, aparcó frente a la casa y, pese a las protestas de Selena, la llevó en brazos hasta la habitación de invitados, y la depositó despacio sobre la cama, mientras sus ojos se fijaban hambrientos en el modo en que aquel condenado vestido rojo y blanco marcaba cada curva de su cuerpo. No tenía el escote demasiado pronunciado, pero si dejaba entrever la parte superior de sus firmes senos.

Al ver la tensión en los rasgos de él, Selena frunció el entrecejo.

— ¿Qué ocurre?

— Nada — respondió Harry irguiéndose —. Date un baño y cambíate. Después te llevaré al médico para que te examine, para asegurarnos de que no tienes lesiones internas.

— ¡Pero si te he dicho que estoy bien! — exclamó ella.

— Tú no eres médico, Selena, y yo tampoco. Has tenido un accidente y vas a ir a que te vean. Date prisa en tomar ese baño y ponte algo que no sea demasiado... sexy — dijo, como irritado.

Selena enarcó una ceja sorprendida y abrió la boca para decir algo, pero Harry ya había salido de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

Selena resopló frustrada. ¿Por qué no tenía nunca en cuenta su opinión?, ¿por qué tenía que ser siempre él quien tomase las decisiones? Sentía deseos de agarrar algo y estrellarlo contra el suelo. Rompió a llorar, rabiosa, pero a pesar de todo se fue al cuarto de baño.

Cuando salió de la bañera, algo más calmada, se seco el pelo, y se puso una blusa blanca, una falda gris, un pañuelo gris y rojo en el cuello para darle un poco de color al conjunto. Mientras se vestía, le estaba dando pilas a las últimas palabras de Harry. No entendía por le había dicho aquello de que no se pusiera algo demasiado sexy. Era absurdo, si ella casi nunca se ponía nada que... A menos que... ¿Podía ser que le hubiera parecido sexy el vestido rojo y blanco que llevaba puesto antes? Una sonrisa tonta se dibujó en su rostro. Era la primera vez, desde que se habían casado, que admitía sentirse atraído por ella.

Vengador EnamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora