1: Arruinar una mañana nivel: mi tía

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Todo comenzó cuando me desperté y no percibí el olor del jabón que mi padre usaba para ducharse. Siempre se duchaba a la misma hora porque desde que mi olfato mejoró me despertaba con olores fuertes como ese. Esta vez era diferente, me había despertado con la sensación de que algo o alguien me observaba, y no era agradable.

Me levanté y caminé en silencio hasta la cocina, por si había alguien no deseado. Entré silenciosamente y tuve que asomarme para ver el interior de la cocina, craso error. Allí se encontraba la peor de las bestias: Laura, la hermana de mi madre, mi tía.

Me escondí rápidamente con la esperanza de que no me hubiera visto, pero ya era demasiado tarde.

—¡Tala! Cariño, es de mala educación espiar a los demás —dijo mi "queridísima" tía con esa voz que la caracterizaba y que le concedía la maravillosa habilidad de provocar dolores de cabeza con decir solo tres palabras.

Resignada tuve que salir de mi escondite y exponerme a mi tía, que se me quedó mirando, juzgándome, como siempre.

Os voy a explicar por qué odio a mi tía. Simple, siempre me ha tenido que cuidar mi padre él solo, y mi tía insistía en que yo me fuera a vivir con ella y me daba cincuenta razones diferentes de por qué mi padre no podía cuidar de mí solo (entre ellas se encontraba el clásico "porque es un inútil", lo que no ayudaba), aunque la verdad es que nos mantiene a los dos bien. También se queja siempre de mi manera de vestir, de caminar, de hablar... Dice que no soy demasiado femenina (creo que aún no se ha dado cuenta de que eso no es que me importe demasiado). Y también odia a Raúl (mi mejor amigo) por defenderme cuando discutimos ella y yo delante suyo. Podría seguir diciendo razones, pero prefiero contaros la historia.

—Cariño —me dijo sin apartar la mirada de los pantalones cortos y la camiseta vieja que usaba para dormir—, deberías renovar tu vestuario, ¿no te parece?

Negué con la cabeza, no me apetecía nada hablar con ella, en esos momentos solo quería saber dos cosas.

—¿Dónde está mi padre? Y ¿qué haces aquí?

Ella ya sabe que no me cae bien, así que no me molesto en disimularlo.

—Estoy aquí, Tala —dijo mi padre entrando por la puerta y dándome un beso de buenos días en la frente—. La he dejado entrar porque tenía algo que ofrecerte, algo nuevo, según ella.

Miré a mi tía levantando una ceja, para que se explicara.

—Verás querida, en mayo cumplirás dieciséis años, y había pensado, que como te vas haciendo cada vez más mayor deberías saber ya a que vas a dedicar tu vida, y ya sabes que mi marido da clases en un instituto muy bueno, entonces habíamos pensado que podrías cambiar de tu instituto actual a ese.

La verdad era que por una vez tenía razón, yo había pensado dedicarme a cazar bestias, pero de eso no voy a ganarme la vida, y es verdad que su marido da clases en un instituto muy bueno, pero cambiarme allí significaría tener que mudarme o dejar a mi padre (cosa que no quería ni quiero) y abandonar a Raúl (otra idea espantosa).

—No, gracias —respondí finalmente.

Laura suspiró y me preparé para otra discusión con ella, sin embargo se limitó a decir:

—Está bien, pero piénsatelo.

Tras dejarnos a mi padre y a mí sorprendidos con la facilidad con la que se había rendido se despidió y se fue.

—Date prisa al arreglarte o llegarás tarde al colegio —me dijo mi padre mientras desayunábamos.

—Claro, ¿hoy vendrá a casa Claudia?

Mi padre asintió mientras trataba de tragarse el bizcochito que se había metido entero a la boca.

Claudia era la nueva novia de mi padre. Al principio me parecía mal sustituir a mamá, pero cuando conocí a Claudia me di cuenta de que aunque no fuera mi madre sería lo más parecido que tendría nunca. Es simpática, graciosa, alegre (nunca la he visto sin una sonrisa en la cara) y encima le cae bien a todo el mundo.

—Vale, Raúl va a pasar a recogerme a las ocho menos cuarto para ir al colegio.

—Como hace siempre —yo asentí—. Pues deberías arreglarte ya, que son y media.

No me había fijado en la hora.
Subí corriendo a mi cuarto, me duché y me vestí a la velocidad de la luz, revisé que llevaba un cuchillo en la mochila y comprobé lo mensajes de mi móvil, solo uno, de Raúl:

Estoy llegando a tu casa, ve bajando.

Me despedí de mi padre a toda prisa y bajé por las escaleras, que era más rápido para mí (vivo en un cuarto, pero el ascensor tarda mucho en llegar).

Lo vi antes de salir del portal.
Llevaba una sudadera gris en el brazo (aunque aún hacía un poco de frío), una camiseta negra con el símbolo de Batman (adoro esa camiseta, bueno, en general adoro cualquier cosa de Batman) y unas bermudas vaqueras de color caqui. Me encanta la ropa de chico en general, pero la suya es lo mejor.

—Hola, rubio —lo saludé cuando salí por la puerta.

Os explico, Raúl lleva el pelo más corto por los lados que por arriba (aunque no rapado), y él dice que es de color castaño claro, aunque yo creo que es rubio oscuro. Vale que en verano se le ponga más oscuro (ya sé que es raro, pero así es Raúl), pero sigue siendo rubio.

—Hola, fantasma —me respondió él. Vale, en eso sí tiene razón, el color de mi piel es un blanco fantasmal insuperable.

De camino al colegio le conté lo que me había propuesto mi tía.

—¿Vas a plantearte la opción de irte? —me preguntó, y sus ojos marrón chocolate reflejaban ¿miedo?

Suspiré.

—Tengo que tener opciones abiertas, Raúl. Pero tranquilo, que no te abandonaré de momento.

Me mostró una de sus sonrisas más brillantes, que apoyaban el hecho de que medio colegio estuviera loco por él (una mitad en la que de momento, y por raro que parezca, no puedo incluirme).

Llegamos al colegio y tuvimos que entrar corriendo, ya que llegábamos justos a nuestra primera clase: él a latín y yo a biología.

La verdad es que siempre me ha gustado esta asignatura, es una de las​ pocas en las que no me duermo, pero me pegué toda la clase mirando por la ventana; cada vez que apartaba la miraba tenía la sensación de que alguien me observaba.

A la salida al medio día ya había recibido aviso de todos los profesores para que prestara atención. No había habido clase en la que me hubiera enterado de todo por culpa de aquella sensación.
Decidí contárselo a Raúl.

—¿Crees que puede ser cosa de alguna bestia? —me preguntó.

—No, habría notado el pitido o la habría visto, no son tan rápidas.

—Bueno, de momento no podemos hacer nada, pero si tienes algún problema avísame enseguida —me dijo serio.

Asentí y le pedí que me explicara lo que habíamos dado ese día, porque no me había enterado absolutamente de nada.
Tenía suerte: a pesar de que él fuera de letras y yo de ciencias estábamos en la clase mixta y coincidíamos en algunas asignaturas.

Cazadora Solitaria [CS#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora