UNO

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Enero 1816, Mar atlántico

KATE

Para muchos, lo que yo hice fue cobarde. Pero no me importaba en lo más mínimo.

Hay quienes se resignan a vivir la vida que otros han decidido que deben vivir, hay quienes lloran toda su maldita existencia por una suerte que no van a tener, y hay, quienes aceptan que están perdidos.

Pero yo, después de varios años viviendo bajo las exigencias de una sociedad consumida por los vicios y la decadencia, decidí dejar de ser esclava de un lugar como aquél.

Carolina del Sur fue donde viví mis diecinueve años de edad.

Dónde crecí, donde descubrí las maldades del mundo y donde decidí que un día dejaría de formar parte de ellas.

Esa era mi intención, pero des de aquél buque en el que llevaba navegando más de un mes por interminables aguas negras, no tenía ni idea de lo que la vida iba a hacer conmigo.

Tenía mucho que esconder, tenía mucho de lo que huir, y me aseguré de marcharme bien lejos para que nunca, jamás, mi pasado pudiera encontrarme de nuevo.

Cogí una profunda bocanada de aire relajando mis manos fuertemente apretadas en la baranda del Gran delfín, el buque transatlántico.

-Ya estamos llegando, Kate, querida.

Me giré en busca de la honda y ronca voz a mi lado. Supuse que tendría todo el tiempo del mundo para estar conmigo misma mientras navegábamos; tranquila y mentalizándome. Pero me equivoqué.

Estando en un gran y lujoso barco, muchas eran las familias que interactuaban y se relacionaban unas con otras en busca de compañía.

Así que, cuando la señora Pennick me asaltó en el comedor, una semana después de zarpar, me di cuenta de cuál era mi error, pues no tenía una historia que pudiese o quisiera contar sobre mi.

Mi nombre es Kate Ford, desde aquella noche, tengo veintidós años y vengo de Carolina del Norte.
No tengo familia, por eso voy a vivir a Londres con una abuela del marido de mi tía.

Mis padres eran, él inglés y ella americana sureña y eso explica mis rasgos bronceados y mi pelo y cejas castaño oscuro.

Esa última información no era del todo mentira.

La señora Pennick, miraba el horizonte con una sonrisa melancólica. Ante nosotras la costa de Inglaterra se cernía alta y soberbia y la brisa azotaba nuestros cabellos ya imposibles de domar.

Volví a coger aire y a aflojar mis manos, luego tiré de mi espesa capa sobre mis hombros para sentirme un poco más resguardada del frío que azotaba sobre el océano.
Ante mí estaba al fin mi destino. Allí comenzaría mi nueva y reinventada vida.

-Voy a echarte de menos, querida. -Pennick puso su temblorosa mano sobre la mía, dándome un apretón. -Prométeme que vendrás a verme.

-Se lo prometo. -sonreí abiertamente.

Pennick viajaba sola desde Carolina, había ido a conocer a sus nietos recién nacidos y estaba triste, por la mirada en sus ojos, por tener que volver a Londres, donde había vivido toda su vida.

-Si no estás cómoda con esa familiar lejana, no dudes en venir a vivir conmigo. Estoy sola y aburrida, hija.

Asentí débilmente mientras ella se marchaba y me dejaba allí con una enorme puerta abierta. Pues la verdad era que al no existir ninguna abuela de ningún tío, no sabía a dónde ir.
Pensaba pagar por mi propio apartamento mientras trabajaba en algún lugar, -aunque no me faltaba dinero, precisamente -pero lo que la señora Pennick me ofrecía era tentador.

Un invierno en Marble House [Benworth Series II] Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora