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JAMES

El lago estaba casi helado.

Me deshice de mis pantalones y los colgué en el árbol bajo el cual comía pasto mi semental, y sin una duda más, corrí por el muelle de madera y me tiré al agua.

¿Helado dije? Me quedé corto.

No había manera en el mundo en el que me fuese a permitir faltarle al respeto a Kate. Estaba volviéndome loco por ella, lo sabía.

Ya no era solo el modo en el que lucía, cómo brillaban sus ojos o cuánto me gustaban sus labios. No, no era ella con su perfecta imagen de muñeca, era más.

Podía sentir mi corazón latir al compás del suyo, podía apenarme por sus penas y alegrarme por sus alegrías. Era una conexión más fuerte que un deseo físico.

Ahora era algo también emocional.

Realmente no sabía a lo que me estaba enfrentando con ella y su pasado. No sabía qué habría tan malo para que huyera de mí sin decir ni una palabra, pero estaba intentando dejar eso a un lado —aunque había fallado miserablemente aquella tarde— para centrarme en el tema principal: mantenerla a salvo.

Cualquiera diría que es estúpido querer ayudar a alguien que no es completamente sincero contigo. Que es insensato meterse en algo sin saber exactamente qué es.

Pero yo iba a ser el mayor estúpido-insensato si con eso la tenía a mi lado. Sabía que se sinceraría conmigo tarde o temprano. Pero cada vez que pensaba en ese bastardo, Collin Johnson, la sangre me hervía. ¿Qué quería de Kate? ¿Qué se suponía que venía a buscar? ¿A ella? ¿Quería casarse con ella? ¿Quería herirla?

Un bufido cargado de cinismo escapó de mis labios mientras salía del agua y me vestía lentamente.

Claro que la heriría, si se casaba con ella, si conseguía llevarla de vuelta a América y desposarla, le haría daño todas las noches. No creo que ella estuviese temiendo a un hombre respetable y bondadoso, eso no tendría ningún tipo de sentido.

Sintiendo más urgencia que nunca, subí en el semental y galopé hacia donde ella estaba. Ansioso por haberla dejado sola, aun sabiendo que Roger estaba en guardia y nada nos iba a pasar.

Si alguien se acercaba a Glassmooth, lo veríamos desde el mirador y tendríamos unos buenos veinte minutos para escapar con ventaja. Esa era una de las razones por las que las futuras noches de incomodidad en aquel maltrecho sillón delante de la chimenea no iban a ser tan malas.

Cuando entré, Kate estaba colocando la cena en una mesita baja, junto al fuego. Me miró y sonrió tímidamente mientras con su mentón señalaba la comida.

—Justo a tiempo —dijo.

Al sentarse en uno de los sillones y suspirar, no pude apartar mis ojos de su largo cuello y su clavícula perfectamente marcada.

Era sensual.

—¿Creciste en este lugar? —preguntó ella pinchando con el tenedor una verdura.

—Crecí en Londres y veraneé en Glassmooth todos los años hasta que mi padre murió —le expliqué. Ella asintió cuidadosamente y me miró con sus bonitos ojos plateados. La luz amarillenta del fuego le daba a sus facciones un efecto hermoso—. Solía salir a pescar con él. Era mi momento favorito. —Sonreí—. Kenneth odiaba pescar y eso me dejaba varias horas a solas con papá. —La miré, ella sonreía de un modo tierno—. No era un hombre muy hablador, ni muy cercano. Pero cuando pescaba era, para mí, el padre que nunca fue para Sal y Kenneth —suspiré—. Me siento un poco egoísta por eso.

—No deberías —dijo ella—. Deberías sentirte afortunado por haber tenido todos esos momentos con él y por haberte sentido querido, aunque tuviese esa peculiar manera de querer. —Arrugó su nariz en nuestra mueca cuando ladeé la cabeza, pensativo.

Un invierno en Marble House [Benworth Series II] Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora