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JAMES

No tuve tiempo de preguntar qué era lo que Kate con sus ojos vidriosos murmuró delante de la puerta entreabierta de Agatha, pues salió disparada escaleras abajo antes de que pudiese detenerla.

Apreté la carta abierta que había recibido de mi hermana, dentro del bolsillo de mi chaleco, y que no había tenido ocasión de leer durante el viaje.

«No te preocupes por mí».

—Entra, querido —dijo Pennick detrás de mí mientras mi voz interior gritaba que fuese tras Kate—. Tenemos mucho de lo que hablar.

Cuando Agatha se plantó ante mí, con sus ojos vivaces y sus labios apretados en una mueca, no necesité más de dos vistazos para advertir que no estaba enferma.

—¿Qué está tramando? —No pude evitar fruncir el ceño.

No estaba enojado. Más bien confundido.

—Pasa. —Con una mano aguantó la puerta de su habitación dándome paso, pero no pude evitar mirar, una vez más y con cierto desosiego, las escaleras ahora vacías de Kate—. Tranquilo —dijo la mujer—, ahora se reunirá con nosotros.

Era extraño. Toda la situación, ella, la sirvienta, la Kate que acababa de marcharse con un intenso murmullo y yo, todos nos sentíamos extraños en mi fuero interno.

Había pasado en aquella casa, al final de la avenida de Mayfair, más horas que en mi propio despacho en las últimas semanas, y de pronto la sentía ajena a mí, como si no fuese el lugar correcto en el que estar. Como si no fuese el mismo lugar nunca más.

«Creo que he encontrado a alguien aquí, hermano. No pasará mucho tiempo hasta que pida mi mano. Espero que eso le parezca bien a Kenneth».

Sal, con su hermosa caligrafía, me hizo sonreír en medio de la sala de estar de la señora Pennick, mientras esperaba a que Kate regresase hasta mí.

Parecía que hubiese escuchado la conversación que Kenneth y yo habíamos tenido, como solía hacer cuando éramos niños y se escondía tras los tapices.

Sarah, Sal, Sally Benworth estaban, sin saberlo, dándome carta blanca para que iniciase el paso.

—Debería ir a ayudar a Kate, con lo que sea que esté haciendo —carraspeé volviendo mis ojos a la luminosa habitación de Agatha. Me sentía con la necesidad de estar cerca de ella—. Luego subiremos ambos a hablar con usted.

—Va a estar bien —replicó ella sentándose en su sillón con un gesto falto de paciencia—. Solo va a colocar su equipaje. Ahora se nos unirá. —Sus ojos de cuervo se pusieron en mí con intensidad y luego sobre el suelo. Un manto de cartas abiertas cubría la moqueta. Cosa que era inusual—. Siéntese, Benworth, hay mucho de lo que hablar.

Con cautela, avancé varios pasos hasta dar con una silla en un rincón y sentarme en el borde, listo para salir corriendo, si es que eso tenía lógica.

—¿Qué sucede? —pregunté.

—Lo que sucede —comenzó, ahora mirando sus manos, como si de pronto ya no fuese tan brava o segura. Todo era más extraño por momentos— no me corresponde a mí decírtelo.

Bufé con fuerza.

—Señora Pennick —dije—, si tiene algo que decir, dígamelo para que pueda ir a ayudar a Kate. Si no, dígamelo para que pueda, también, ir a por Kate.

—Hay algo que debo decir, pero no puedo hacerlo. —Sonrió.

—No puedo evitar pensar que está manteniéndome aquí a propósito —mi voz sonó falta de simpatía. Pero ni siquiera me importó. Quería terminar con aquella extraña situación lo antes posible y salir de allí.

Un invierno en Marble House [Benworth Series II] Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora