TRECE

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KATE

Todos estaban muy contentos por mi regreso. Y con todos me refiero a Sheena.

Una hora más tarde, cuando ya habíamos limpiado las barras, entramos al vestidor.

—Aquí tienes tu disfraz, ricura —dijo Scott con un guiño. Miré a mi compañera esperando una burla por el mote que Scott seguía usando conmigo.

Pero no obtuve nada. Estaba sentada frente al tocador, apoyando sus mejillas en sus manos y mirándose a los ojos.

—¿Un disfraz? —Me senté a su lado buscando su mirada en el espejo.

—Hoy es la gran fiesta —empezó monótona—. Una vez al año, Cardigan's Place se convierte en una sala de baile abierta a hombres y mujeres que puedan pagar su entrada sin importar su clase social —decía.

—Menuda tontería —bufé—. Es la clase alta la única que puede pagar la entrada.

—Lo sé. —Una media sonrisa—. El caso es que todos los empleados vamos disfrazados para, según Scott, darle más juego a la cosa. —Se enderezó y agarró mi vestido, colgando de su percha hasta ponerlo en mi regazo—. Somos griegas, o algo así.

Era una túnica blanca de manga larga que llegaba hasta los pies. Una pinza dorada en la cintura realzaba mi busto y mis hombros y luego, la tela de la falda caía suelta y ligera, sin marcar nada más.

—Ya veo. —Volví la vista a ella y fingió una sonrisa. Suspiré—. ¿Qué pasa hoy con Sheena? —pregunté.

Un silencio intenso después:

—Que odia ir de griega. —Hizo un tierno puchero con su labio inferior y se volvió lejos de mi escrutinio.

—¿Qué más? —Clavé mis ojos en ella. Sheena solo encogió sus hombros. Definitivamente algo estaba pasando—. Sheena —murmuré. Llevé una mano a su pierna. Ella la miró unos largos segundos, cuando volvió a mirarme sus ojos brillaban—. ¿Qué sucede?

Sheena dejó caer dos gigantescas gotas de sus ojos y se abrazó a mi cuello fuerte y de pronto.

—Tengo un problema —decía una y otra vez empapando el cuello de mi vestido de calle y con sus labios escondidos en mi piel—. Estoy perdida, Kate.

—¿Qué? —pregunté con cariño levantando su cabeza—. ¿Qué sucede? ¿Qué ha pasado?

—Estoy completamente perdida —repitió cuando volvió a sentarse. Cogí sus manos sobre su regazo y ella las apretó—. Soy una completa inconsciente. Y, —su labio inferior tembló mientras sus ojos volvían a anegarse en lágrimas— lo peor de todo es que sabía que esto pasaría tarde o temprano.

—¿Qué pasaría? —insistí—. ¿Qué es lo que está pasando? —Ella sollozaba—. Respira, Sheena. —Acaricié sus manos—. Respira, por favor.

Y entonces, cuando hubo respirado, comenzó un largo e intenso monólogo que me dejó clavada en la silla.

—Mi vida siempre ha sido una basura. Nunca tuve nada bonito que vestir o aspiraciones siquiera. Y entonces Scott me encontró en las calles de Londres y me dio un empleo. Comencé en el almacén, reponiendo bebidas. Cuando crecí, me puso de camarera. —Sus ojos grandes mirándome con aquel silencioso ruego. Me estaba pidiendo que no la juzgara—. Y claro, muchos fueron los hombres que se acercaron a mí con propuestas. —Tragó. Respiró—. Dije que no. Siempre lo hice. Lo prometo. Fueron solo dos los hombres que llegaron más allá conmigo. Solo hay dos hombres con los que me veo habitualmente. —Intenté esconder el desconcierto en mi rostro—. Pero entonces apareció William Morris, con sus labios perfectos y su pelo rubio —su voz tembló, dejó de mirarme—. Hace varias semanas, la noche en la que enfermaste, regresó después de que Benworth se marchara, se emborrachó y me propuso... —lagrimón rodando hasta sus labios— me propuso...

Un invierno en Marble House [Benworth Series II] Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora