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JAMES

Aquí está —dijo Kenneth señalando un hueco en el suelo—. Ayúdame a desenterrarlo.

Aquella mañana salí de la cama temprano y fui a encontrar a mi hermano antes de que él comenzase su búsqueda por toda la casa al encontrar mi cama vacía.

Supongo que no hubiese tardado demasiado en dar conmigo, y eso hubiera sido bastante comprometido, pues me habría encontrado tumbado al lado de Kate, admirando su rostro y su espectacular cuerpo desnudo envuelto en las sábanas blancas, mientras acariciaba su cabello.

Situación completamente reveladora.

La noche con ella fue lo más especial que había vivido en mi vida.

Sentirme parte de ella, respirar sus suspiros y besar cada rincón de su hermoso y perfecto cuerpo fue mejor de lo que jamás podría haberme imaginado.

Nuestros destinos estaban irremediablemente unidos. Eso dijo ella y eso anhelaba yo.

Pero, sin embargo, desde que me había separado de ella aquella mañana, algo me molestaba. Podría decir que no sabía bien qué era ese algo y dejar de pensar en ello, pero lo sabía. Quería casarme con Kate. Quería que fuese mi compañera de vida. Que formase algo conmigo. Quería protegerla de todos los males que la acechaban. De sus pesadillas, de sus recuerdos dolorosos, de su pasado.

—¿James? —la voz de mi hermano me sacó de mis pensamientos—. Vuelve a la tierra.

Estábamos sobre las ruinas de la antigua casa Daugherty, ante un agujero poco profundo que dejaba entrever un cofre de madera con ribetes de hierro puro.

La verdad es que los Saint Clair no se esmeraron mucho en su búsqueda de la herencia de Brook.

Resoplé antes de quitarme la chaqueta y arrugar las mangas de mi camisa clara.

—¿Discutisteis anoche? —Levanté la mirada del cofre para ver a Kenneth observarme con sus penetrantes ojos verdes—. ¿Eso es lo que te tiene ensimismado?

—No —dije agachándome delante de él. Levantó una ceja.

—Brook me dijo que tuviste un episodio de celos —añadió con su característico tono de burla.

—Lo arreglamos con rapidez —soné un poco a la defensiva. Luego recordé el momento en el que el vestido cayó a los pies de Kate y el mundo entero pareció sacudirse en su eje.

Después de aquello ya no tenía palabras para describirla. Ni en mis más íntimas fantasías el cuerpo de Kate hacía justicia a lo que realmente era.

Era perfecta. Literalmente.

—Tienes cara de pervertido. —Mis ojos se mantuvieron en el cofre mientras apretaba mi mentón y mostraba una de las máscaras de Kate.

—Pongámonos con esto —espeté.

Gracias a Dios, Kenneth no insistió en el tema y yo pude cavar y tirar sin más pensamientos sucios en mi mente. O eso es lo que hubiese querido, pues las imágenes de nuestra noche se arremolinaban en mi cabeza haciéndome difícil la concentración.

Creo que era algo loco, pero me sentía ansioso por volver a tocarla y besarla y hacerle el amor una y otra vez.

Necesitaba volver a Sunthery Lane y sentarme cerca de ella, ver sus hermosos ojos y el modo en el que me recibiría después de lo que habíamos compartido.

Pensar en ella, entregándose a mí como si fuese todo lo que quería, como si se tratase de una esposa amando a su marido... Jesús.

—La amo —dije en voz alta.

Un invierno en Marble House [Benworth Series II] Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora