CINCO

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KATE

Sabía que James Benworth iba varios metros por detrás de mi, escondido en las sombras, pero no me giré ni rechisté pues algo en el modo en el que me seguía mirando ablandó mi corazón.

En algún momento durante la conversación, vi que parecía realmente preocupado por mi.
Y con él, las personas que se preocupaban por mi ya eran dos. Pennick la primera.

Siempre había sido seca y poco receptiva con cualquier hombre. En especial con los que, en un primer vistazo, eran tan atractivos como James Benworth.

Y después de todo lo sucedido en mi vida, aprendí no debía fiarme de los hombres con ojos penetrantes.

Pero él parecía distinto. Y tal vez pensar aquello era el peor error de mi vida, pero el modo en el que seguía insistiendo en acompañarme aunque yo no estuviese siendo receptiva, podía significar dos cosas: o era un imbécil con malas intenciones o era realmente un caballero.

No seas ingenua, Kate.

Cuanto más cerca estábamos de mi pequeña calle, más insegura me sentía. No había modo en el que pudiese confiar en él.

¿Que probabilidades había de que fuese un caballero? Ni siquiera le conocía.

Mala idea. Dejarle llegar tan cerca era una muy, muy, mala idea.

Giré bruscamente dos calles y corrí con todas mis fuerzas, escondida entre sombras y portales.
Sentí mis pulmones luchar por aire, mis piernas quemar y mi corazón acelerarse. Pero llegué a la escalera que daba a mi pequeño ático, y me escondí tras ella.

No sabía si sentirme más infantil por correr a esconderme de él, o por haberle conducido aquí en primer lugar. Pero sentí ganas de reír. Divertida.

Me apreté contra la oscura pared tras mi espalda al tiempo que unas pisadas aceleradas llegaban a Langley Street.

Benworth echó un vistazo arriba y abajo de la calle, miró en mi dirección sin verme y se quedó quieto dejándome una perfecta vista de él.

Pasó las manos por su pelo alborotado, suspiró sonoramente, y luego negó con una sonrisa torcida que apretó mi pecho.

Pasé la noche repasando las conversaciones que habíamos tenido, pensando en su sonrisa condescendiente y en las motas naranjas en sus ojos. Y cada vez que me descubría con la cabeza plagada de James, dejaba de respirar y me obligaba a contar las vigas del techo.

Aquello era estúpido e irracional y no: de ningún modo iba a ir a desayunar con él.
Hacerlo supondría más horas luchando contra mi misma para quitarle de mis pensamientos. Y eso, pensar en alguien de aquél modo estúpidamente platónico, era un comportamiento débil y poco propio de mi.

A medida que el día me descubría aun despierta, me convencí de que el trastorno de todo lo que había vivido el día antes de zarpar, fue lo que había ocasionado el cambio en mi.

Una situación aterradora destruyó mi muro y mis fuerzas para seguir con las emociones bien escondidas bajo la piel.

Y pensándolo bien, podía ser normal. Una prostituta del burdel contaba una vez como su vida había sufrido un giro después de casi morir ahogada en el lago.

El trauma. Eso genera un cambio en el carácter de las personas. Era eso lo que me mantenía al borde cuando veía a James. No él. No su rostro, ni su cuerpo, ni su sonrisa. Sino, mi pasado.

- ¿Cómo fue con el chico guapo?

Había pasado el día en la cama, solo me levanté para ir a trabajar y una vez en Cardigan's me mantuve en silencio y concentrada, como todos los días.

Un invierno en Marble House [Benworth Series II] Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora