CUATRO

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JAMES

Era ella y estaba allí, en aquel famoso y concurrido casino.

Estaba teniendo una de aquellas, cada vez más frecuentes noches de ocio, cuando Will propuso pisar un sitio distinto.

Le había contado lo agobiado y fuera de lugar que me sentía últimamente y no dudó en presentarse en casa todas las noches y salir conmigo de dos a tres veces por semana.

Y no me resistí. No lo hice, porqué aunque hasta Dios sabía que era estúpido, albergaba la esperanza de volver a ver a aquella chica del muelle.

Jamás la encontraría en un sitio frecuentado por hombres, claro.

Habían pasado varios días desde la primera vez que la vi, y un par o tres fueron las veces que visité a Agatha Pennick a pocas calles de distancia de nuestra casa, para ver si me daba información de Kate Ford.

No es necesario decir que nunca pregunté por ella y que Pennick con sus ojos brillando maliciosos sabía exactamente que no iba a verla por el placer de compartir mis tardes con una señora mayor y cascarrabias.

Hacía dos meses que Cardigan's Place estaba en auge, en la cresta de su inminente éxito.
Todos los nobles y ricos de Londres alternaban cada noche en aquél palacete de luces y extravagancias en medio de la ciudad.

Allí apostaban su dinero y desconectaban de sus vidas y sus esposas.

Yo no tenía una esposa de la que desconectar, pero viendo a mi hermano Kenneth con su esposa Brook estaba seguro al cien por cien, de que él nunca necesitaría frecuentar un lugar como aquel con ese fin.

Eso podía ser la prueba de que el amor verdadero era la clave de un matrimonio feliz. O no, quién sabe.

Will y yo estábamos hablando sobre sus tierras cuando Kate Ford se presentó ante nosotros sosteniendo una bandeja con nuestras copas.

Al principio me pareció que estaba alucinando y que era mi propia cabeza que plasmaba el rostro de ella en una camarera al azar.

Pero no. Era ella. Era Kate.

Vestía un impresionante vestido negro que realzaba su figura de un modo tan explícito que sentí mi cuerpo alerta al instante.

Llevaba un recogido parcial dejando caer espesas ondas de cabello castaño sobre uno de sus hombros. Su rostro era igual de hermoso que la última vez que la vi, y sus ojos fríos seguían inquebrantables de aquel modo distante e indiferente.

Pero sé que le sorprendió verme allí, aunque me hubiese mostrado pésimo a la hora de poner en practica mi ingenio en la conversación.

-Has sido ridículo. -rió Will a mi lado mientras Kate se alejaba con la bandeja bajo el brazo sin mirar ni una vez más.

Le miré de soslayo con un soplido que pretendía ser desinteresado, pero sonó malditamente artificial.

-No debes menospreciar la clase social o el estatus económico de la mujer con la que pretendes acostarte, James. -añadió.

-En ningún momento lo he menospreciado. -dije apretando el ceño. -No me importa cuál sea su estatus social o su dote.

-Eso no es lo que ella ha entendido. -se encogió de hombros. -Tampoco creo que tenga dote. -rió.

La miré un momento más mientras se colocaba tras la barra, al lado de otra joven, y se dedicaban a preparar tragos mientras hablaban discretamente de algo que no causaba en el rostro de Kate ninguna reacción.

¿Cómo era eso posible? Me intrigaba lo que albergaban esos ojos plateados y ese rostro bronceado.

-Es, verdaderamente, -susurró Will. -muy bonita.

Un invierno en Marble House [Benworth Series II] Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora