ONCE

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KATE

—Amaneció un hermoso día —dijo Agatha Pannick.

Era jueves, la última vez que vi a James fue el martes, y claro, obviamente no volvería a verle hasta una semana después, ya que aquel era el día en el que visitaba a Agatha.

Y no. No contaba los días.

Pero el miércoles, al despertar y escuchar a la doncella que la señora había asignado para mí tras acceder a regañadientes a nuestro trato «viviré con usted mientras pueda seguir en Cardigan's Place», decir que tenía una visita, toda yo me descubrí actuando como una niña pequeña.

No era más que el médico mandándome salir a la calle como fase final de mi recuperación, y no me permití fruncir el ceño ante mi dramática decepción. La pasé por alto, como si fuese aliena a mis propias emociones. Como si no fuesen conmigo, aunque saliesen de mí.

No me culpen, estaba intentando acostumbrarme a ellas.

Ayer caminé por la casa y por el jardín sintiendo mis fuerzas desfallecer a los pocos minutos. Hoy dábamos un rodeo por Mayfair. Agatha, la doncella y yo.

—Su rostro vuelve a tener color, señorita —dijo la doncella a mi lado—. Está bonita esta mañana, si me permite decírselo.

—Si no te lo permite —mumuró Pennick—, ya se lo has dicho igualmente.

—Gracias —le dije a la muchacha con una sonrisa, ignorando a Agatha.

Sí. Ahora estaba acostumbrando a mi cara a sonreír por todo. Creo que eran síntomas adversos del gran resfriado y las altas fiebres.

O puede que en algún momento entre el martes y hoy hubiese pensado en lo mucho que me gustaba el cambio de color en aquellos ojos verdes cada vez que lo hacía. Pero no iba a reconocerme eso.

—Además, es bonita todos los días de la semana —espetó Agatha apoyada en su bastón de paseo a la vez que me arrastraba por la concurrida calle—. Mañana y tarde.

—Claro —tartamudeó a nuestro lado ella—. Disculpe, señorita, no quise decir que no. —La cara de apuro de la joven me hizo simpatizar.

—No se disculpe, lo entendí perfectamente.

Íbamos disfrutando del frío, aunque soleado día de invierno, como dijo Pennick, a una velocidad lamentablemente lenta. Pero mi delgado cuerpo no podía hacer mucho más.

Sentía que las capas de ropa pesaban demasiado, dificultándome considerablemente el avance. Además, Agatha había insistido en que saliera con sombrero y eso, quieras que no, sumaba esfuerzos.

Por otro lado, no estaba acostumbrada a aquel frío y ya no las tenía todas conmigo de que el paseo fuese una buena idea.

Froté mis manos juntas, calentando mis guantes.

—Probablemente las chismosas mujeres inglesas de alta cuna —comenzó Agatha con una mueca de asco. Observé hipnotizada el humo blanco saliendo de su boca— fisgoneen y te miren más de lo habitual. Tú sonríe. De lo demás me encargo yo.

Y como si estuviese leyéndole el pensamiento al destino, al cruzar la calle nos topamos con una tal Tucker. Ella y Agatha hablaron por más de diez minutos y por desgracia, mi mente voló mientras daba pequeños pasitos de lado a lado para mantenerme activa.

Y entonces, no pude resistirlo, pensé en él.

Ni siquiera me pregunté qué había sido lo que la había sacado a relucir en mi mente, pues probablemente no hubiera nada. Pensaba en él porque sí. Así funcionaba.

Un invierno en Marble House [Benworth Series II] Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora