DIEZ

28.5K 2.6K 321
                                    

JAMES

Me permití observar a la hermosa joven acurrucada en el sillón de la biblioteca de la señora Pennick.

Había ido cada tarde a verla, sabía que antes que yo iba Sheena, pero nunca me descuidé lo suficiente como para que supiera aquella información.

Era consciente de que ni ella ni Kate sabían nada de mí y aunque los últimos tres días había mejorado, el limitarme a escuchar las explicaciones de Agatha de cómo seguía la enferma, ya no era suficiente.

Aun así, aguanté mi ansia de verla y me conformé con estar en la habitación que quedaba debajo de la de ella.

Y entonces, aquel martes, el ama de llaves poco habladora me condujo hasta la biblioteca y me anunció que la señora de la casa no tardaría en unirse a mí.

Fui a sentarme en el sillón que siempre dejaba vacío Agatha cuando la vi.

Estaba allí, ante mí, con sus ojos plateados cerrados y respirando tranquilamente.

Parecía más delgada y su piel menos bronceada, pero no era alarmante ni algo que no cupiera esperar.

Allí, desarreglada y despreocupada, seguía siendo la mujer más hermosa que había visto en mi vida.

Observé el modo en el que su cabello caía suelto y sedoso, su pecho se hinchaba y se deshinchaba hipnotizándome y sus labios restaban medio abiertos, invitándome a inclinarme más cerca.

No pude evitar sonreír al escuchar mi nombre en ellos.

Y ahora que la cargaba en mis brazos y sabía que la había dejado claramente sin aliento, me sentía como en una de mis mejores fantasías. Pero no era un instinto básico y sexual. No. El remolino de emociones era distinto. Más sosegado y procedente de algún lugar profundo.

El alivio que sentí al verla abrir sus ojos y reconocerme fue inmenso.

Tal vez para ella que había simplemente dormido durante más de dos semanas, yo era el tipo que todas las noches iba a Cardigan's Place.

Pero ya hacía días que, para mí, ella era algo más que una hermosa camarera indiferente a mis encantos físicos y económicos.

Y sí, modestia aparte.

Reparé en que llevaba una vida más o menos tranquila desde que conocí a Kate. Ninguna mujer había irrumpido en mi caminar para tirarse a mis brazos o alardear de sus múltiples cualidades como esposa o amante. E ironías de la vida, resultaba que la única que yo quería que se tirara a mis brazos, estaba siendo cargada obligatoriamente.

Me sentí embriagado por su aroma suave, por sus manos acariciando mi cuello, por todo su cuerpo pegado al mío.

Estaba tenso, nervioso y feliz de tenerla allí.

Y ridículo. Estaba siendo ridículo. Pero no podía evitarlo, señor.

—Aquí estás —murmuré mientras la dejaba encima de su cama y daba un paso hacia atrás observando cómo ella se tapaba con las mantas.

—Sí. —Creo que dijo.

No me pasó por alto el modo en el que rehuía mirarme de frente hasta que detecté sus mejillas increíblemente sonrojadas.

No me lo podía creer. Acababa de meterme con ella por el tema de su máscara perpetua y allí estaba: sonrojada por un pequeño viaje en mis brazos.

Tal vez no estaba siendo tan ridículo y ella se sintiera como yo.

Cogí una bocanada de aire y pasé mis manos por mi cabello permitiéndome sentir un orgullo arrebatador. Cuando sus ojos plateados me observaron, me dejé de alardeos y me senté en la silla colocada junto a su cama.

Un invierno en Marble House [Benworth Series II] Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora