VEINTITRÉS

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KATE

—Creo, sinceramente, que su historia no encaja, señorita Ford.

¿Otra vez con lo mismo?

Mi máscara cayó en mis rasgos como un piloto automático cuando Agatha se disculpó, salió de la biblioteca y me dejó sola con una taza de té y la irritante vecina.

Lo único que hice fue mirarla mientras retorcía con gracia un tirabuzón calabaza entre sus dedos. Mi mente quiso correr de vuelta a los ojos de James, con sus hipnotizantes motas, pero me negué.

¿Emma Lambert creía que era alguien tan importante para mí como para que yo quisiera caerle bien o demostrar con hechos la veracidad de mi vida pasada? Casi sonrío.

—Admita que no existe una abuela o un supuesto tío, y terminaremos antes. —Me miró con tal frialdad que sentí la habitación bajar varios grados de temperatura.

—No entiendo por qué le obsesiono tanto —solté como una daga. Ella estrechó sus ojos sobre mí, intentando ver algo a través de mi máscara.

—¿Quién es usted, señorita Ford? —Levantó una ceja—. Algunos dicen que es una ramera. Que trabaja en Cardigan's Place y el señor Benworth paga por sus servicios. —Cuando apreté los dientes, su sonrisa fue lobuna.

—Está bien saber que ando en boca de muchos —murmuré arrogante.

—Entonces, no lo niega. —Soltó el mechón y azuzó su pelo satisfecha, como si acabase de ganar la mejor batalla de su vida. Casi resoplé. ¿Dónde diablos estaba Agatha?—. Desde que la vi supuse que vendía su cuerpo.

Dejé que la severidad se reflejara en mis ojos cuando, con una mirada, la congelé en su sitio con el rabo entre las piernas.

—Le convendría mantener esa bocaza cerrada, señorita Lambert, pues no tiene ni idea de lo que está hablando. —Cuando tragó, sonreí, lenta y cínica—. Si fuese verdad que soy eso de lo que me acusa, crea que podría encontrar los contactos que la hiciesen besar mis pies.

Me divertí inmensamente en aquel momento. Su rostro no tuvo precio, y aunque estaba tachándome a mí misma de ramera o de trabajar en algo ilícito, fue malditamente reconfortante cerrar su boca.

—No haría algo así a alguien de mi altura social. —Trastabilló. ¿Altura social? Dios, qué engreídos eran los ricos en Londres—. Sería decapitada o mandada a Australia con los criminales.

Sonreí. No lo pude evitar. Sé que debía lucir como alguna especie de lunática.

—Así que —me burlé—, ¿está disfrutando de nuestra amistad? —Hice alusión a sus palabras la tarde pasada, antes de que fuese a tomar el té a casa de los Benworth.

—No puedes ser otra cosa que una ramera si James Benworth pone un ojo en ti —escupió ignorándome. No me pasó desapercibido el modo en el que me tuteó, perdiéndome claramente el respeto—. Lo que no logro entender es qué hace metida en esta casa. La baronesa de Yorkshire no debe saber lo sucia que eres, ¿verdad?

—Emma Lambert —dije tranquilamente. No estaba tranquila en absoluto, ¿sería horroroso si saltara sobre su garganta?—. Puede irse ahora, fingiendo que hemos pasado una feliz tarde y se va por gusto, o puede permanecer sentada y diciendo necedades mientras el mayordomo patea su trasero hasta la calle.

Jadeó. Y reí bien fuerte.

Definitivamente, parecía la bruja malvada de algún cuento infantil.

Emma se levantó con toda la dignidad que pudo reunir, se volteó y se dirigió a la puerta de entrada seguida por mí.

Un invierno en Marble House [Benworth Series II] Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora