JAMES
No me moví de allí. Seguí plantado en el rellano de Pennick, con las manos llenas de folios hasta que ella volvió a abrir la puerta y con un bufido me hizo pasar a su biblioteca.
Habían pasado horas. O tal vez no, tal vez solo un instante, pero el tiempo a mi alrededor pareció un término bizarro y abstracto.
En mi cabeza, una y otra vez, se repetían en bucle los acontecimientos de los últimos días.
El modo en el que Kate y yo habíamos estado en la cabaña. Sus ojos brillando junto a la luz de la candela y su hermoso y sedoso pelo cayendo en cascada por sus hombros.
Apreté fuertemente las manos y los folios se deformaron bajo mi agarre.
Extendí sobre la mesa toda la información, sin soltar nunca la ficha de la chica por la que había querido amar a ciegas.
—¿Sabía algo de esto? —pregunté sin levantar mis ojos. Algún tipo de sentimiento oscuro ennegrecía mi humor.
—Sí —dijo Agatha sentada ante mí—. Todo.
Hice el amago de sentarme, pero me lo repensé. Apoyé las manos sobre la mesa. Mi mandíbula estaba tan apretada que sentía un intenso dolor de cabeza.
—¿Se lo dijo ella? —Dejé mis dedos vagar sobre el retrato a carboncillo de Kate—. Ni siquiera se llama Kate —me corregí en voz alta.
Un remolino de algo desgarrador se apretó en mi garganta.
Estaba sucediendo, la sensación de ansiedad, de miedo, era un agujero cada vez más grande perforando mis pectorales.
—No, querido. Ni se llama Kate, ni me lo contó ella —la voz de Agatha era gentil, como si supiera lo que estaba sucediendo conmigo.
¿Cómo alguien iba a imaginarse lo que estaba pasando en mi interior en aquel momento? Imposible. Ni siquiera podía describirlo yo. Estaba tan enojado. Me sentía fuera del juego.
Levanté la vista del papel para mirarla una décima de segundo. Ella apartó sus ojos de mí e inspeccionó el canto de la mesa. Claramente no queriendo encontrarse con mi enojo.
—¿Cómo lo descubrió? —pregunté volviendo a observar los hermosos ojos de la chica estampada en el papel. Fríos, sin vida.
—Es una asesina —dijo la voz de Emma en mi cabeza.
—Siempre hubo un misterio rodeándola —siguió Agatha con una sonrisa melancólica—. No me lo negarás. —Sentí su mirada, encogí un hombro sin devolvérsela—. Entonces te la llevaste y comenzaron a llegar cartas a casa. Así me enteré.
Bien. El problema principal era que aquello había llegado muy lejos.
Yo, James Benworth estaba enamorado de una chica de la cual no sabía absolutamente nada. Y lo peor de todo era que no tenía derecho a enfadarme, pues ella había intentado escapar de todo.
De mí y de lo que fuese que estaba sucediendo en su vida o entre nosotros y yo no se lo había permitido usando el pretexto de que esperaría a que estuviese lista para saber su secreto.
Era mi maldita culpa.
Si ahora estaba sintiendo ese mareo incesante, esas ganas de matar a alguien o de atraparla y pedirle con desesperación que me lo contase todo de una vez, para que no volviese a escapar nunca más, para que nada más pudiese separarnos... era mi maldita culpa.
—No puedo creer que todo esto esté pasando —dije en un murmullo.
—Es difícil para ti y lo entiendo. —Oí que Pennick decía. La miré, levantó una ceja—. Pero es peor para ella.
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Un invierno en Marble House [Benworth Series II] Romantic Ediciones
Historical FictionKate huye en busca de una nueva vida, mientras James se siente abrumado por la presión social. Sus caminos se cruzan mientras buscan un nuevo comienzo y juntos descubren que hay veces que el destino ya está escrito. -------------- 1816, Londres, Ing...