DIECINUEVE

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KATE

—Señorita Lambert —dije un poco desilusionada.

—Señorita Ford, buenos días. —Sonrió de un modo tan encantador que me sentí mal por esperar que fuese otra persona.

—Me apena decirle que justamente ahora iba a salir. —Sonreí cortésmente. Agatha debería estar orgullosa de mi despliegue de buenos modales.

—¡Oh! —exclamó pareciendo encantada. ¿Por qué iba a estar encantada? Le estaba diciendo, de un modo educado, que debía irse—. ¿Va usted al parque? —preguntó llevando ambas manos cubiertas en guantes blancos de seda a su escote de barco.

Muy lujosos guantes para ir de visita a casa de la vecina.

Toda ella me estaba pareciendo más ostentosa que la primera vez que nos vimos.

—No. —Aclaré mi garganta.

Ella frunció el ceño antes de volver a sonreír abierta y amablemente.

—¿No? —Ladeó su cabeza mirándome como una madre regañando a su hija.

Me sentí completamente torpe e inferior. Y me molestó mucho.

¿Qué edad tenía aquel elfo? ¿Veinte? Yo era mayor. ¿Por qué debía darle explicaciones?

—Voy a tomar el té con la señorita Benworth —le dije de un modo tan elegante y falso que noté que sus defensas se intensificaban.

Vamos a ver, ¿para qué había venido Emma Lambert a verme? Estaba claramente actuando un papel. Y no era buena actriz.

—Sally Benworth, ¿eh? —Sonrió de un modo tan condescendiente que a punto estuve de sacarla de casa de Pennick.

—Eso es. —Sonreí, sin embargo.

—Veo que tiene una buena relación con esa familia. —No escondió el desagrado en su voz.

—Muy buena. —Me giré a ver al ama de llaves y le sonreí—. Por favor, ¿puedes decirle a Agatha que tiene visita?

Ella asintió y salió tras una reverencia.

—En realidad venía a verla a usted —dijo Emma retorciendo un largo rizo naranja—. Confiaba en que pudiésemos ser buenas amigas.

Me quedé allí parada, mirándola. Era una extraña manera aquella de hacer amigos. Su comportamiento turbio y sus palabras ambiguas demostraban claramente cuán turbulento era el camino que pisaba uno con aquella joven hermosa y sofisticada.

—Tal vez en otro momento, señorita Lambert —dije—. Ahora, como ya sabe, tengo un compromiso al que no debo faltar.

Cuando la pasé de largo y puse mi mano en la puerta rezando porque James estuviese al otro lado y me sacara de allí, sentenció:

—Agatha Pennick no es su abuela.

¿Qué?

—No. —Me giré lentamente a verla. Sus ojos brillaban intensamente.

—Tu acento es claramente de otro país. —Me miró desafiante.

—Exacto —asentí. ¿Qué andaba mal con Emma Lambert?

—¿Dónde está su familia, señorita Ford?

—Sus modales dejan mucho que desear, señorita Lambert —la voz de Agatha sonó sin escrúpulos—. Creí que su madre alardeaba de cuán perfecta es su hija. Será una pena contarle la verdad. —Volvió sus ojos a nuestra vecina—. O contársela a mis apreciadas amigas.

—Señora Pennick, no pretendía ofenderla —dijo la otra aún más fría.

—Es mi invitada y se la tratará como a la mismísima hija de un duque —casi escupió aquella amenaza.

Un invierno en Marble House [Benworth Series II] Romantic EdicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora