Primera noche junto al fuego.

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Desde que partimos de Erebor no habíamos parado a descansar. Estuvimos bajando, hasta aproximarnos lo máximo posible a la Ciudad de Valle.
Se acercaba la noche.

- Thorin, ¿dormiremos en alguna posada de la ciudad? - Pregunté agotada, intentando apoyar todo mi peso en una sola pierna, y viceversa, mientras caminaba.

- No. Acamparemos en un claro de árboles que está a una media hora más a pie. Lo peor que se nos podría ocurrir es llegar a la Ciudad por la noche. -

- ¿Llegaremos por la mañana? -

- Sí, es más seguro llegar directamente por la mañana e ir al grano. Empezar a averiguar algo de ti. -

- ¿Pediremos ayuda? - Volví a preguntar. No estaba acostumbrada a nada de esto.

- Sí, Balin me ha informado que lo mejor es avisar a Girion, un viejo amigo suyo. Sólo tenemos que decirle quién nos envía, así sabrá que somos nosotros a quiénes tiene que ayudar. -

- Ah bueno... Si él ya ha hablado con ese señor, será mejor que le hagamos caso. -

Thorin asintió y señaló un sendero que se abría a la izquierda.
Me quedaba anonadada por el paisaje, todo tan verde, tan salvaje, tan hermoso. Me fascinaba mirar hacia arriba y ver a Erebor, como un guardián, en lo alto. El majestuoso pico que parecían atravesar las nubes; por fuera parecía una montaña tan solitaria y fría, y en cambio, por dentro era tan mágica y hogareña...
Empecé a recordar a todos los enanos a los que conocí, Balin, Thrór, mis compañeros de trabajo, mi mullida y acortada cama, murmurar canciones e historias que se repetían en mi cabeza una y otra vez...
Un soplo de nostalgia me invadió.

Thorin se paró.

- Hemos llegado. Puedes descansar. -

El sendero de piedra se terminó al llegar a ese claro, fui corriendo hacia el césped y me tiré en el, mientras notaba la sensación acolchonada de estar sobre la vegetación. Cerré los ojos y sentí el viento acariciarme la cara, revolviendo mi cabello.

- Por fin descansamos... - dije.

- Rápido te estás quejando. Anda quédate ahí por un rato, voy a hacer fuego. -

La noche llegó, comí algunas de las provisiones que trajo mi compañero de viaje de Erebor. La comida me recordaba tanto a las cenas de la montaña, pero a la vez las percibí tan diferente... Esas noches al parecer no se repetirán nunca más.
Thorin no comió apenas, estaba sentado junto al fuego, fumando una pipa, abstraído. Esta vez no tiraba esos increíbles anillos de humo que jugaban a su alrededor cada vez que fumaba.
Tenía la cara apagada. Su semblante era más frío de lo normal. Sus ojos estaban perdidos, bailando junto a alguna de las llamas que ardían en la hoguera.
Me acerqué un poco más a él.

- Thorin... ¿Te ocurre algo? -

- ¿A mí? - Dijo, quitando la mirada del fuego y dejando la pipa de tabaco en su regazo.

- ¿A quién iba a ser si no? -

Él suspiró, fijando más su ojeada.

- Thorin puedes confiar en mí ¿no? - dije, acercándome más a él y mirándole a la cara. - Yo decidí depositar mi confianza en tí.

- No me pasa nada he dicho. -

El dichoso enano se levantó enfadado y se alejó, quejoso. Luego de unos minutos se giró a mirarme y volvió a suspirar.

- Está bien... - decía, mientras se acercaba a mí, apesadumbrado.

- Cuéntame. - Dije, rompiendo el taciturno ambiente con una sonrisa.

- Mi abuelo... -

De pronto, noté como mordió sus labios y apretó los puños, guardándose hacia sí un gran sentimiento de impotencia.

- Con todo lo que he hecho por él, por mi familia, por mi pueblo... Ahora resulta que soy un cobarde, alguien que no merece ser heredero de Durin. -

- ¿A qué viene eso ahora? -

- Pues que he desobedecido al rey y traicionado a la corona - Dijo, cada vez más rabioso y agachando la cabeza, avergonzado.

- ¿Qué ha ocurrido? -

- Yo debía ahora de estar luchando con mis parientes enanos del quinto reino, o en camino al menos. Me lo ordenó mi rey. -

- ¿A que te refieres con "ahora" Thorin? - Pregunté, cada vez más tensa.

- Él me lo ordenó anoche para partir esta mañana pero... -

- Pero estás aquí. -

- Exacto. - Concluyó, rotundamente.

- Thorin... Negaste ir a la batalla por ayudarme. ¿Es eso? - Susurré, atónita, mientras me acercaba más a él.

- Me dijo que, si decidía partir contigo, no se me ocurriera volver a pisar la montaña. Ya no soy bienvenido a mi propio hogar, me han desterrado como a una bestia salvaje e inútil... -

- Yo soy la culpable de todo esto. Tienes el buen corazón de sacarme de las celdas de los elfos, acogerme en tu pueblo, darme ropa, comida, hogar, un hombro dónde llorar y... Yo te lo pago así.
Por mi culpa peleaste con tu abuelo. Yo no quiero eso Thorin, y menos por alguien como yo. Te he jodido la vida, no debería haber aparecido. - Dije angustiada, levantándome. -

Thorin me tiró de la manga de la camisa, haciendo que me sentara junto a él. Le miré.

- Fue mi decisión. Yo elegí ayudarte en vez de ir a la batalla. -

- ¿Pero por qué lo hicistes? -

- Porque quise y porque fue mi palabra. -

Me quedé en silencio, mirando al fuego, mientras intentaba encontrar la palabra exacta que justificase qué decir.

- Deberías irte a descansar ya, mañana no vamos a parar. - Concluyó el enano.

- Thorin... Vuelve a la montaña, no les pierdas. Yo no soy nadie, ese es tu pueblo. -

- Te lo prometí y vamos a saber quién eres. Volveré a la montaña algún día. -

Le puse la mano en la espalda y asentí, tragando saliva, en un gesto avergonzado de agradecimiento.
Me acosté sobre el césped apoyando mi cabeza en el zurrón, utilizándolo como almohada.
Thorin me observó detenidamente por unos momentos.

- Buenas noches. - Susurró, con su severidad habitual.

- Hasta mañana, Thorin. -

Él se terminó de fumar la pipa junto al fuego y, al rato, se quedó dormido sentado, dejando apoyar su espalda en una roca grande.

~Pequeña~ Thorin Escudo de Roble.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora