~Pequeña~ Thorin Escudo de Roble.

Nuestra última batalla. (Parte 3.2)

~~~~ Narrador externo. ~~~~

La noche daba a su fin y el sol alumbraba débil en el límite del horizonte. La chica observaba ese paisaje con más atención que nunca.

"A la hora en el que el Sol y la Luna se unen en lo más alto del único árbol de Mordor que no está muerto..."

Recordó.
Esas palabras se le clavaron en el alma como cualquier otro navajazo. En sus ojos ya no existía lugar para más lágrimas, estaban agotadas. Levantó cabeza y respiró hondo. Apretó más el ritmo con el que corría, llena de fuerzas y sobre todo, de venganza.
Khris la divisaba irse, y asintió. A lo que ella se pensaba enfrentar era lo mejor para todos.

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Todos los existentes dejaban lo que se dedicaban a hacer. Unos transportaban heridos, otros curaban, otros trataban de esconder a los ancianos, mujeres y niños, y otros, simplemente, dejaban de luchar contra sus rivales tirando sus armas al suelo e iban deprisa hacia un mismo lugar. Corrió la voz de que, en una de las colinas cerca de las montañas de los trasgos, algo lejos de la Última Morada, se iba a disputar una batalla épica que concluiría todo, y no estaban equivocados.
Se agrupaban a los pies de la colina, dejando en primer lugar a los de mayor rango.
Tres caballos se abrían paso apresuradamente entre la multitud, uno algo más que los otros.

- No puede ser... - Dijo la señora de Lothlorién.

- Es ella... - Contestó Balin.

Al otro acompañante no le hizo falta ver más, aceleró a su montura y se dirigía al origen de la multitud.

- ¡¡Detente!! ¡¡Te matará!! - Gritaba Lady Galadriel, pero este hizo caso omiso a su advertencia.

Nuestra joven, desde lo más alto y a vista de todos, volvía a caer. Levantaba la espada que en un tiempo portaba Turentar, con un gemido, y corría cuerpo a cuerpo hacia su rival.
Sauron reía acomodado.

- ¡¡No tienes nada que hacer contra mí!! - Alzaba su voz inquebrantable, capaz de encogerle el corazón a cualquiera que lo escuchara.

Pero ella no le tenía miedo, al fin y al cabo, era su padre.
Al señor Oscuro, en una gigantesca forma humanoide protegido por una gruesa armadura, no le hacía falta ni un sólo movimiento para esquivar los intentos nulos de su hija.
Creaba un campo de fuerza que rebotaba contra ella, causando que cayera una y otra vez brutalmente al suelo, sacudida por el dolor del poder del escudo.
Y lo intentaba repetidamente hasta que, una de ellas, se le fue casi imposible levantarse.
Con la ropa hecha jirones, su cuerpo totalmente cortado, quemado, con magulladuras y con sus rodillas ensangrentadas, pudo sacar un último suspiro para poder ponerse en pie.
Dirigió una mirada a Sauron, que la observaba detenidamente.

- ¿¿Por qué haces esto?? - Se limitó a preguntar.

Sauron hizo una media sonrisa.
- Pobre hija mía... Con lo bien que te habría ido todo... Al fin se pudo conseguir en una sola alma el completo poder del bien y del mal... Serías la criatura más poderosa de toda la Tierra Media, incluso hasta mucho más que yo, y mira cómo lo has desaprovechado. Suena irónico ¿verdad?
Y fíjate... De que, si hubieras seguido en Mordor junto a mí, no me hubiera importado verte casada con ese amigo tuyo. ¿Cómo era su nombre? ¿Era Turentar? -

Ella apretó sus dientes y se escondió con la mirada baja, no podía darle la satisfacción de que la viera llorar.
Y, sin ser responsable de sus actos, alzó un gritó despavorido de dolor.
Fue tanta la furia que pudo transmitirse que algo estalló en su interior y, tras eso, todo fue muy confuso.
Se vio de pronto elevándose en el cielo y dando ligeras piruetas en el aire. Rodó sus ojos hacia el suelo y pudo ver su cuerpo desvanecido en el. Pero... ¿Dónde estaba ella entonces?