CAPITULO 2

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Cameron Holmes no se parecía en nada al hombre de la foto. Tuvo que levantar la mirada debido a su altura, cabello plateado, ojos verdes iguales a los suyos. Con un semblante inexpresivo como el de Jürgen, vestía todo de negro, la observó con indiferencia, su presencia le infundió temor.

-Siéntate. -Le indicó con tono autoritario.

Elena se mordió el labio inferior, ya no le parecía tan mala idea haberse quedado en la casa hogar, se arrepentía de haber venido.

-He dicho siéntate. -Repitió levantando el tono de voz.

Elena obedece, Cameron caminó con paso lento y marcado rodeando la mesa hasta quedar al frente de ella, tomando asiento luego.

-Hay tres reglas que debes respetar si quieres vivir aquí. En el momento en que faltes a alguna, te mandaré de regreso a Estados Unidos y me desentenderé de ti.

Elena abrió la boca sorprendida, tenían alrededor de diez años de no verse y él le hablaba como si fuera de la servidumbre y no su hija. Sus ojos se humedecieron, ¿Ése sería el trato que recibiría siempre de él? Indignada le respondió:

-Hola papá, que gusto verte también. No te preocupes por preguntar cómo ha estado mi viaje, ha sido algo cansado sabes. Tampoco te angusties por cómo me siento por la muerte de mamá, la mujer con la cual compartiste siete años de tu vida por cierto, sobrevivo gracias. _Culminó con un puchero y cruzando los brazos alrededor de su pecho.

-¿Ya terminaste? -Respondió mirándola fijo lo que hizo que la amilanara, había algo en sus ojos, Oscuro y siniestro que la asustaba, tanto que hizo que de nuevo se le pusiera la piel de gallina.

-Quiero que comprendas que la única razón por la cual estás aquí es porque  al menos le debo eso a tu madre. Espero que tu estadía pase desapercibida, tendremos el menos contacto posible.

Elena abrió la boca para contestar pero las palabras se negaron a salir, ¿Quién era aquel hombre que tenía al frente? No el que ella recordaba, aquel padre cariñoso que la enseñó a andar en bicicleta, que le contaba cuentos antes de ir a dormir, que se enfrentaba a los monstruos debajo de su cama, que jugaba con ella y la llamaba "Mi princesa". No, ése no era su padre, un profundo dolor y decepción se incrustaron en su corazón.

-No me veas de esa forma, si por mi fuera no estarías aquí. Ahora continuando con las reglas:
1. Por ninguna razón irás a las ruinas del castillo Vanderwood.
2. Nunca bajaras al sótano, está prohibido.
3. No tendrás ningún contacto con los aldeanos, ni saldrás más allá de los límites de esta propiedad.

-¿A qué te refieres con eso? No iré a la preparatoria, acaso no puedo ir al pueblo.

-No, si necesitas algo, Susanne o Jürgen te asistirán. Tendrás un tutor que te vendrá a dar clases todos los días, de 8:00 a.m. a 3:00 p.m. ya lo he arreglado, recibirás tu título al graduarte.

-¿Por qué mejor no me mandas a un internado? sería más fácil deshacerte de mí y no tendrías que tolerar mi presencia. _Las lágrimas ya surcaban sus blancas mejillas.

Por un instante Elena logró ver un destello en los ojos de su padre, se suavizaron pero sólo por unos segundos, volviendo nuevamente a su expresión fría y calculadora.

-Yo impongo aquí las reglas no tú. Se hace lo que digo ¿He sido claro?

-Sí señor.

-Ahora retírate, te llevarán la cena a las 6:00 p.m. y comerás en tu habitación.

Elena se levantó dirigiéndose a la puerta. Casi arrastraba sus pies, con la mano temblorosa abrió, Susanne la esperaba.

-Vamos señorita, debe de estar cansada, sígame.

No dijo nada, fue detrás de aquella mujer pero no era consciente de su sentimientos. Las palabras de Cameron resonaban en su cabeza con rudeza y nuevas lágrimas recorrieron su rostro.

-Aquí es. -Se detuvieron frente a una puerta.

Elena miró el largo pasadizo y contó alrededor de nueve habitaciones más. Susanne abrió la puerta. La recámara era bonita, una cama matrimonial estilo inglés, cubierta con una gruesa colcha verde musgo con metidos en dorado y varios almohadones. Dos grandes ventanas con cortinas a juego con la colcha, una cómoda de cedro con espejo y un banco, un armario, un escritorio con su respectiva silla, un sofá beige en medio de las ventanas, una pequeña chimenea, y dos lámparas a cada extremo de la cama, llamó su atención el piso de madera, tan brillante que pudo ver su reflejo en este. Toda la decoración parecía del siglo pasado como si hubieran retrocedido al menos cien años.

- ¿Quieres que te suba algo de comer?

Ella negó con la cabeza solo quería estar sola. Susanne la miró con comprensión, juró percibir un atisbo de lástima hacia ella. Sin decir nada más, se retiró.

Elena se recostó sobre la cama y comenzó a llorar, primero eran sollozos pero pronto se convirtió en copioso llanto. Su vida no podría ser peor, era prisionera en su propia casa, no podría tener amigos, ni ir a la escuela. Odió a su padre con todas sus fuerzas, no sabía cómo, pero tenía que salir de ahí y regresar a Norteamérica.

El Secreto de la Mansión HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora