CAPITULO 5

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Elena estaba aburrida, después de almorzar decide ir a merodear por los alrededores, ve al señor Jürgen podando unos arbustos, y se acerca a él.

-Además de chofer también es jardinero. _Levanta la vista, puesto que el hombre se encontraba subido en un andamio.

El anciano sin mirarla le responde: -Como ha podido notar sólo somos dos para hacer todo el trabajo.

-¿Y por qué no contratan más personal?

-Eso debe preguntárselo a su padre.

La sola mención de Cameron Holmes hace que se estremezca, no lo había visto más desde su llegada y prefería que siguiera así.

-Déjeme decirle que su actitud es un poco hostil.

-No me pagan por ser amable señorita Holmes.

Elena está realmente molesta por la contestación de Jürgen y su cortante forma de ser, la única persona agradable era Susanne, pero sus ocupaciones en la mansión, tampoco la convertían en una gran compañía.

Decide continuar su trayecto rodeando la parte oeste, la zona verde llama su atención, simplemente magnífica. A unos cuantos metros se encuentra un pequeño cementerio, empieza a ver las tumbas, leyendo los nombres y las fechas de defunción, el más reciente es el señor Holmes. A ella le encantaban los cementerios antiguos y aquel sí que lo era, sacó su celular y se tomó una foto con el cementerio de fondo.

En ese lugar tan apartado no había Internet, lo que hacía su estancia ahí más miserable. Todo parecía ser de la edad de piedra a excepción de la cocina y que tenían electricidad.

Se sintió observada y notó como una silueta negra se escondía detrás de una arboleda que colindaba con la gran muralla de piedra que rodeaba la propiedad, se acercó pero no había nadie, sin embargo vio un hoyo en la muralla. Se asomó y a la distancia se divisaban unas ruinas. ¿Sería el Castillo Vanderwood? se preguntó. Era la primera regla que su padre le recitó, no ir a las ruinas del Castillo, quizás si desobedecía podría regresar a casa y sin pensarlo subió la muralla con agilidad y de un salto se dirigió al lugar.

No le tomó mucho tiempo llegar, la maleza lo cubría todo, el castillo era inmenso, o al menos lo fue, sin embargo aún en ruinas mostraba la grandeza de antaño. Ingreso con cuidado ya que los restos que alguna vez fueron las firmes paredes estaban esparcidas por doquier. Elena se imaginó como fue cuando estuvo de pie, imponente saludando majestuoso hacia todos los puntos cardinales. Llegó a una gran estancia, y sonrió, quizás ahí se llevaron a cabo grandes fiestas, con deliciosos banquetes, visualizó a la gente bailando y sonriendo, a las damas coqueteando con sus abanicos y a los caballeros cortejando con gracia y galantía.

-Claro señor. -Respondió para sí misma. -Me encantaría bailar con usted.

Con las manos en el aire abrazando a su compañero ficticio comenzó un baile al ritmo de un vals susurrado por el viento.

-Que buen bailarín es usted señor. Oh me sonroja, considera que soy hermosa, ya me lo han dicho pero proviniendo de usted lo acepto.

Se estaba divirtiendo de lo grande hasta que escuchó unas rocas deslizarse de la cúspide de la única torre aún en pie. Miró hacia arriba y sólo vio unas cuantas aves sobrevolando el área, pero motivada por el espíritu aventurero decidió subir hasta allá.

El paisaje debe ser bellísimo pensó y buscó una entrada. Rodeó la torre hasta encontrar la puerta, aún colgaba de las bisagras, la abrió con dificultad ya que estaba trabada pero logró ingresar. Por dentro la saludó la oscuridad, sacando su celular iluminó el camino con la luz que éste emitía, iba contando las gradas, como a la mitad del camino quiso devolverse, debía hacer más ejercicio su condición física daba vergüenza, pero prosiguió hasta que al fin divisó los rayos del sol que la encandilaron, guardó su celular, recibiéndola una pequeña estancia.

No había nada ahí, se acercó a la ventana y quedó maravillada del panorama, después de todo sí valió la pena subir. Por un momento se olvidó de todo, respiró el aire puro oxigenando sus pulmones, se sentó a las anchas de la enorme ventana de piedra, no se explicaba por qué pero ahí se sentía segura, a gusto. No supo cuánto tiempo pasó pero sí el suficiente para ver que oscurecía así que decidió volver.

Regresaría al día siguiente, ése sería su refugio, lástima que no podía contarle a sus amigos, volvió a sentirse triste, suspiró.

La mansión estaba en silencio, se dirigió a la cocina pero no estaba Sussane, tenía hambre así que se preparó un emparedado y se sirvió un vaso con leche, ya con el estómago lleno subió a su habitación, una sensación de inquietud la abordó apenas entró, sus ojos se abrieron sorprendidos cuando sobre su cama vio aquel extraño libro de pasta roja. Pero ¿Cómo había llegado ahí? Deprisa buscó la llave, estaba en el mismo lugar en el cual la había escondido, retiró el tapete de la pared ya que lo había vuelto a colocar para que Sussane no viera su descubrimiento y abriendo la puerta ingresó, encendió una de las velas y buscó el libro, no estaba.

Su piel se erizó, cómo era posible que estuviera en su cama, ¿Quién lo coloco ahí? Salió y tomando el libro lo volvió a colocar en su lugar. Buscó algo en su maleta y al encontrarlo lo sacó. Era un lanyard* donde colgaba su celular pero esta vez lo usaría con otro propósito. Tomó la llave y la colocó en éste, luego se lo puso al cuello, nadie más que ella tendría acceso a esa habitación.

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Lanyard: están hechos de poliéster, se acostumbra colgar en ellos celulares identificaciones, lapiceros, etc.

El Secreto de la Mansión HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora