1. El sabor de la verdad.

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Cuando todo esté perdido. Cuando ni un ápice de luz en toda esta oscuridad te dé esperanza. Ahí, ahí es cuando debes creer que todo tiene una salvación, porque cuanto más oscuro esté, más fuerte amanecerá, tanto que hasta la luz te cegará.

Era un lunes cualquiera, pero Martina lo sentía distinto, ya no solo por la maligna esencia que desprendía un lunes a las 8 am, sino, por el mal presagio que tenía. El adoquinado suelo de Brujas, acolchado por la espesa capa de nieve que lo cubría. El cortante y gélido viento de pleno Enero. Tanto frío y aún no había amanecido. Caminaba aun adormilada hacia su trabajo sin pensar que aquella mañana cambiaría toda su vida.

De camino a su empleo se paró por una pequeña tiendecita lugareña en la que te vendían un delicioso café que con tan solo probarlo hacia que tu piel se erizara y tus pupilas se dilataran.

En medio del bochornoso ruido de la ciudad. El jaleo de una urbe repleta de coches en pleno siglo XXI y ella caminando hacia las oficinas de diseño gráfico ya que su coche lo utilizaba para viajes o para ir a lugares más lejanos. El vaho de la bebida emergía de aquel vaso de cartón. Con una mano sujetaba el café mientras que con la otra sostenía una bandolera con su firma. Su pelo –Castaño, liso, largo y suave con las puntas teñidas de un tono morado con degradado en rosa– Ahora se ondulaba por la humedad del ambiente. Cuando entró en el edificio en el que se encontraba su trabajo llamó al ascensor y mientras que lo esperaba se quejaba por lo lento que era. «Uno de los edificios más lujosos de todo el país y encima tan lento como el de mi casa, otra que también va por el mismo camino, las casas más deseadas y aun así la maquinaria que la recorre es lenta y bochornosa» Su personalidad prácticamente siempre malhumorada se le notaba en su forma sarcástica e irónica de hablar pero nunca mentía, siempre decía las verdades pero nadie la creía gracias a sus expresiones.

—Buenos días, Martina. Como siempre madrugadora eh— Comentó una voz masculina mientras se aproximaba a ella.

Los grisáceos ojos de la joven se posaron fríos sobre el muchacho.

—Ángel, siempre tan incordiante y tan infantil. ¿Cuándo pretenderás cambiar?

—Oh venga, me sigues deseando, acéptalo. ¿Sabes? Yo también quiero volver contigo— Comentó mientras sacaba pecho, como alagándose a sí mismo.

De Martina a respuesta de aquello tan... egocéntrico, se rió con disimulo mientras murmuraba —A espera, que ahora me lo tendré que tomar como si fuera un milagro, ¿no? Ni que estar contigo fuera algo inolvidable y deseado por todos. Bueno, lo último también se lo podría preguntar a Sasha ya que me engañaste con ella.

Ángel pareció ofendido a su respuesta mientras retrocedía unos pasos –Que gran actor era– y se echaba una mano al pecho mientras fijaba su azulada mirada en ella.

––Yo no la quiero a ella. Yo te quiero a ti.

Aquellas palabras hacía cerca de un mes la hubieran dejado prendada tanto como su mirada de cachorro inocente. Pero ya no.

––Ángel, deja de montarte aquí tu propia obra de teatro. Por cierto –Recordando que Ángel no se levantaba antes de las 12 am ni queriendo– ¿Qué haces despierto tú a estas horas de la mañana?

––Tengo un nuevo trabajo–– Se regodeó. Tenía esa amplia sonrisa que le recorría la cara de un lado a otro cuando se sentía victorioso. Quería que Martina le preguntara sobre él, pero, para no darle lo que buscaba le respondió con indiferencia.

––Me alegro de que por fin consigas un trabajo. Felicidades–– Miró el botón del ascensor y lo pulsó varias veces seguidas, insistiendo, metiéndole prisa. «Donde estará este maldito ascensor». Miró de reojo las escaleras, arqueó las cejas y se encaminó hacia ellas.

El futuro InciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora