Capítulo 18

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Al caer la noche, la aldea se encontraba totalmente desierta. Las personas estaban en sus hogares ocupándose de su propios problemas y multitud de estrellas iluminaban el lugar. Los dragones descansaban plácidamente en sus establos, el ganado dormía también y solo se oían los grillos, el viento y las olas del mar.

Nuestro joven jefe había estado buscando a Makia por todas partes, sin embargo, no la halló en ningún lado. Era demasiado tarde, temía que algo le hubiera pasado en su ausencia. Aún sentía ese resquebrajar de su corazón cuando recordaba la sentencia de Astrid y, por un lado, le hubiera gustado dirigirse a su casa y suplicar su perdón, pero por otro lado, no podía dejar a Makia sola. Él le había prometido ayudarla, le había dicho que no le daría la espalda como los demás, que no la dejaría.

Además, Astrid también la hizo daño a ella. Recordó las palabras de Makia cuando ella le dijo que no se preocupara por aquel duelo. "Puede que me haga daño pero yo también se lo haré a ella." había dicho la castaña. Makia fue clara, aunque luego dudara de sí misma en más de una ocasión. Demostró a la gente, a su mujer y hasta a él mismo que ella era digna de pertenecer a Isla Mema, con todas las de la ley. Entonces, ¿por qué Astrid no era capaz de ver todo lo que Makia podría llegar a ofrecer a la isla? Hipo no lo entendía, nunca se le llegó a pasar por la cabeza que una situación como la que estaba teniendo con la joven extranjera pudiera afectar tanto a su relación con Astrid. No podía hacer nada más que resignarse ante su realidad, él fue el que quiso ayudar a Makia, él solo había ocasionado todo este embrollo. Tal vez... solo tal vez si la hubiera dejado marchar aquella tarde en la playa...

Caminando por el bosque, oyó un crujido entre las ramas de unos arbustos. El castaño sacó la pequeña navaja que poseía en la muñequera.

-¿Hola?-preguntó apuntando con el arma hacia la nada. De entre la maleza, se asomó una figura femenina y esbelta... Pero no era a quien estaba buscando.

-Hipo, soy yo, tranquilo-dijo Brusca, levantando las manos.

El jefe se guardó el arma.

-¿Qué haces por aquí tan tarde, Brusca?

-Podría preguntarte lo mismo-replicó ella cruzándose de brazos-. Yo he salido a dar un paseo, no podía dormir y Chusco ronca como nadie.

-Bueno, entonces te dejo sola. Buenas noches-le dio la espalda, alejándose de ella, sin darle tiempo a que la rubia se despidiese.

Menos mal que la chica no le había preguntado por Astrid. Sabiendo que ellas eran amigas, era de esperar que Brusca le preguntara. Al menos era discreta.

Saliendo del bosque, Hipo se rindió, ya había mirado tres veces allí. Había revisado cada palmo de la isla y Makia no estaba en ningún lado. No se molestó en ir a las pequeñas cumbres del lugar porque era un sitio a donde sólo se podía acceder volando en dragón, y la joven castaña no tenía uno. De hecho, en ese sitio solo vivían tres personas y dudaba mucho que ella se encontrara allí.

Agotado, el hombre se dirigió a la casa de su madre, ya que en su casa seguramente no podía quedarse. Suplicaba a Odín que Makia estuviera a salvo y que Astrid lograra comprenderlo. Ahora era lo único a lo que Hipo podía aferrarse, su fe.

▪︎ ▪︎ ▪︎

En el calor de una hoguera modesta, se cocinaba una pieza de carne de yak previamente arrancada del animal cazado por Makia. Ella y Ojo de Serpiente seguían en la montaña, sentados en la hierba, muy a gusto en las alturas donde parecía ser que no vivía nadie. Nadie podía molestarles, se podía respirar la paz en aquel lugar.

-Se está tan bien aquí. ¿Tú qué opinas, amigo?-preguntó dirigiendo su mirada hacia el dragón, pero este se había quedado dormido. La verdad es que era muy adorable, a pesar de su rareza en el ojo afectado.

Siendo honestos, Makia jamás había tenido contacto directo con un dragón, y para ser su primera vez, la verdad es que no se le daba nada mal. Con cariño, empezó a acariciar la cabeza del animal, este seguía durmiendo profundamente. Si no fuera por el dragón, ella habría muerto. Le estaría eternamente agradecida por ello.

-Quieta ahí-Una voz masculina detrás suya llamó la atención de la chica, haciendo que ella se girase con rapidez.

Se encontró con un chico un poco más alto que ella, portador de un peculiar casco, este con cuernos negros retorcidos de carnero. Por lo que dejaba ver el casco, su pelo era algo largo y negro y en sus ojos se apreciaba el color verde, aunque no era tan llamativo como el verde de los ojos de Hipo o Makia. Juraba que había visto al chico en otra parte, tal vez se trataba el mismo chico que vio en la academia cuando fue a entrenar con Hipo, ese que estaba practicando su destreza con la espada.

-¿Quién eres?-preguntó el chico, amenazante, apuntándola con la misma espada con la que Makia lo vio por primera vez.

-Tranquilo-respondió ella nerviosa-. Baja esa espada, por favor, no voy a hacerte daño.

-Primero dime quién eres y veré si bajo la espada o no-dijo el moreno, acercándose a ella-. ¿Vienes de la aldea?

-Sí-contestó Makia, nerviosa ya que el chico se había acercado más a ella para incitarla a continuar-. Soy Makia, llegué hace unos días a la isla y esta mañana he tenido un duelo con la esposa del jefe...

El chico bajó la espada y la observó bien. Él no había estado presente en el famoso duelo, pero algo había oído hablar sobre una nueva integrante en la tribu que se llamaba Makia, también conocida antes como "la gata". Tenía que tratarse de esta muchacha, era la única persona que no le sonaba para nada.

-Así que tú eres Makia-dijo el chico apoyando sus manos en las caderas-. Yo soy Gustav Larson, bienvenida a Isla Mema.

Él le extendió la mano, sonriendo amablemente y mostrándose más relajado que antes. La joven esbozó una tenue sonrisa al estrechar su mano derecha. Era un chico de rasgos marcados, se notaba que ya tenía edad suficiente para dejar de catalogarle como un adolescente; rondaría los diecinueve o veinte años.

-Encantada, muchas gracias-respondió la castaña, mirando el collar que portaba Gustav en el cuello. Él se percató de esto y se acarició el collar, lo que hizo que Makia apartara la vista con incomodidad.

-¿Cómo has llegado hasta aquí? No suele venir mucha gente a la montaña.

-El Leñador me salvó de ser aplastada por una piedra, él me trajo hasta aquí.-Ella dirigió su mirada hacia el dragón dormido-. No sabíamos que en este sitio vivía gente.

-¿Estás... bien?-le preguntó Gustav con la mirada en el brazo vendado de la chica.

-Sí, no te preocupes-La joven le quitó importancia, dándose toquecitos en el brazo.

-Bueno, si tú lo dices...

Gustav observó algo en la mirada de la chica. Sus ojos eran de un poderoso verde que jamás había visto en nadie, salvo en Hipo, pero a él ya estaba acostumbrado. No supo por qué, pero se quedó mirando a la joven un buen rato, sin que ella dijera nada tampoco. Nunca había visto una mirada tan expresiva como la de aquella desconocida, ni siquiera sabía cómo describirla correctamente.

Por unos pocos minutos, en el lugar sólo se oía el sonido de la hoguera, el viento y la respiración profunda de Ojo de Serpiente.

Elige Tu Propio Destino © (HTTYD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora