Capítulo 17

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Por otra parte, en la playa principal de la isla, se hallaba la joven Makia, sentada sobre la suave arena, con las rodillas flexionadas sirviéndole de apoyo a los brazos de la chica. Miraba al horizonte con nostalgia, perdiéndose entre los colores cálidos del atardecer. Casi ocho años habían pasado desde la última vez que vio a su familia. El tiempo pasaba volando, sin duda.

No veía el día de poder regresar. Confiaba en que su tierra hubiera elegido la paz a la guerra con los dragones. En ocho años tendrían que haber cambiado, ¿no? Solo así regresaría feliz, con su madre y su hermano pequeño, pero antes debía ocuparse de la búsqueda de su padre, que es por lo que Makia estaba en Isla Mema. Había algo que le parecía raro respecto a lo de su padre, ya lo pensó en su día pero esta vez relacionó ese pensamiento con la aldea y su gente. ¿Qué tenía que ver el gran Estoico el Vasto con su padre? ¿Qué pudo haber sabido aquel señor vikingo que fue líder de la isla en donde estaba? Fuera lo que fuera, no lo sabría si no empezaba a darse prisa. ¿Pero por dónde empezaba, si Hipo probablemente la odiaba por hacerle daño a Astrid?

Con cuidado, se deshizo la coleta hecha por Hipo y luego se peinó con los dedos, haciéndose una nueva coleta baja mejor agarrada.

¿Lograría el perdón de Hipo? No lo sabía, él la había tratado tan bien en los últimos días... No sabía cómo Hipo y ella volverían a verse, después de ese trato tan frío que había tenido él con ella en la arena, seguramente el jefe no la querría ver ni en pintura. Recordó el dolor en el estómago al escuchar las palabras de Hipo y su comportamiento; definitivamente, no deseaba volver a experimentarlo.

-¿Qué puedo hacer?-suspiró la joven mirando al cielo, en busca de una respuesta divina-. Creo que iré a continuar construyendo mi cabaña, a lo mejor Hipo... en fin.-Se levantó y se dirigió hacia el bosque, más bien al comienzo del bosque.

Caminó clavándose unas cuantas piedras en la planta de los pies cubiertos por los leotardos. ¿Dónde demonios había ido a parar su calzado? Tal vez se los quitó sin darse cuenta cuando el pueblo empezó a vitorearla por su valentía, solía hacer ese tipo de cosas cuando se emocionaba mucho. Aparte de quitarse los zapatos, a veces se tocaba mucho el pelo o jugaba inconscientemente con las pulseritas que una vez tuvo alrededor de sus muñecas.

Lo que la hacía sentirse culpable era que esos zapatos eran de Valka, que se los había regalado con toda su amabilidad. Indudablemente, ese día no era el día de Makia. Primero recibió un corte en el brazo, luego Hipo se enfadó con ella y, para rematar, perdió los zapatos de aquella señora tan simpática. No quería saber qué le depararía el resto del día con esa mala suerte.

Cuando llegó al bosque, no daba crédito a lo que veía. Ante ella, todo cuanto había construído con el sudor de su frente estaba reducido a escombros de madera. De pronto, se oyó el rugido de un dragón, lo que la hizo ponerse alerta. Notó la figura de un imponente dragón sobrevolando el bosque, talando varios árboles con sus afiladas alas. Estaba claro, ese desastre lo había causado aquel animal, ya que unos cortes tan perfectos como los bordes de una tabla que tenía en las manos no eran obra de cualquier dragón.

-Es un Leñador-susurró mirándolo, recordando pequeños flashes de dibujos del dragón vistos en el libro de su pueblo. En aquel lugar solo se habían dejado ver Pesadillas Monstruosas y Gronkles pero su pueblo también sabía de la existencia de más especies.

El Leñador era un clase «afilada», sin veneno, con la cabeza semejante a la de un Pesadilla Monstruosa, pero con un cuerpo muy fino y una gigantescas alas afiladas, capaces de talar árboles y barcos enteros sin dificultad alguna. La gran criatura se detuvo delante de la chica, haciendo que esta retrocediera un poco. El rostro de Makia se tornó relajado, era capaz de mantener la calma delante de ese gigantesco animal, tamaño que le debía a sus alas.

Makia comenzó a levantar una mano, queriendo indicarle al dragón que no pasaba nada, que estaba todo bien. Este, temblando, la miró con curiosidad, acercándose más a la chica de ojos verdes. Ella notó que era un dragón algo joven, no era del todo adulto pero tampoco era una cría.

De pronto, una gran piedra llameante cayó desde el cielo a una velocidad increíble, directa al sitio donde ambos se encontraban. Como autorreflejo, Makia gritó y se abalanzó sobre el dragón, tirando de uno de los cuernos del animal y tratando de alejarlo. No obstante, el Leñador se sobresaltó y emprendió el vuelo, asustado, con Makia agazapada a su largo y estrecho cuello. A pesar de esto, el cuerpo del dragón era muy fuerte.

La piedra destruyó todo el terreno en sí, incluídos algunos árboles más que se encontraban cerca. Por suerte, no había nadie más allí, porque de ser así, habría sido una muerte segura.

Makia enrolló sus piernas alrededor del estrecho lomo del dragón, agarrándose a ambos cuernos para no caerse. Iban demasiado rápido, apenas distinguía los árboles de alrededor. Para ella, sólo eran manchas marrones y verdes. El Leñador llegó hasta las faldas de una montaña, y las subió volando con sus grandes alas, la velocidad era extrema, nunca había sentido tanta energía. Cuando llegaron a la cumbre, el animal aterrizó allí, balanceándose para dejar caer a la chica. Por suerte, ella cayó sobre un montón de hierba, así que no se hizo daño.

Luego, el dragón la miró con curiosidad, ella sonrió incómoda y se percató de algo. Sus ojos ya no estaban en alerta, estaban relajados, pues sus pupilas estaban negras y redondas. Bueno, mejor dicho, la pupila de su ojo derecho estaba redonda, la otra seguía reducida en una línea que recordaba a los ojos de un reptil.

-¿No puedes...?-preguntó ella aún sentada en la hierba.

El animal puso el ojo derecho negro por completo, pero el otro seguía mostrando una raya. ¿Qué le pasaba a este dragón?

-Entiendo...-le dijo Makia, levantándose-. Me has salvado la vida... te llamaré Ojo de Serpiente, si me permites, claro-sonrió con dulzura. El hecho de haberle destruido la «casa» ya le daba igual, el animal la había salvado de las llamas de la gigantesca bola.

El dragón se acercó a ella con expresión tierna y fue restregando su cabeza por debajo de la barbilla de la joven. Ella rió y empezó a rascar la parte superior de su cabeza y, después, su lomo, lo que relajó al dragón de una manera asombrosa. Entonces lo que había leído en aquel libro era cierto; si lograba rascar una parte de su cuerpo a la que él no alcanzara, en seguida formaría un lazo con él. Por suerte, los Leñadores eran seres muy dóciles, Makia había tenido suerte de encontrarse con uno.

Al parecer, tenía un nuevo amigo.

Elige Tu Propio Destino © (HTTYD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora