INCINERACIÓN

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{LEO}

- Era mi mejor amigo, era como un hermano para mí, desde que estábamos en la guardería, hemos pasado toda una vida juntos, hemos pasado por tantas cosas... Incluso en el apocalipsis, luchamos para sobrevivir y lo conseguimos pero ahora... es la peor manera de la que a él le hubiera gustado morir, una manera tan tonta... como beber agua... Lo siento mucho, amigo, te voy a echar de menos, mucho, mucho de menos, pero seguiré este camino hacia la victoria, te vengaré, si no he podido protegerte, lo menos que puedo hacer es vengarte. Acabaremos con esos caníbales, tu muerte no habrá sido en vano. Nunca te olvidaré, Rupert...- susurra Ian junto al cadáver ardiente de su amigo.
- Yo no lo conocía tanto como tú pero sé que era un buen chico. Sé que ambos tenéis un oscuro pasado pero al final habéis cambiado a mejor, los dos, así que si hay un cielo o un infierno, estoy seguro de que todos tus pecados habrán sido perdonados y te espera una paz eterna. Descansa en paz, Rupert- susurro tristemente.
- Descansa en paz, hermano- susurra Ian aguantándose las lágrimas.

Pasamos en silencio el tiempo que Rupert tarda en convertirse en cenizas.
Cuando el fuego se agota, Ian recoge las cenizas de su amigo en una botella vacía.
Luego, seguimos caminando, aún sedientos.

A lo lejos vemos un pequeño pueblo y decidimos ir a investigar, seguro que hay algo de agua.

- Prepara el rifle- le susurro a Ian-. Los veo, son pocos.
Ian se coloca su arma sobre el hombro y yo apunto con el francotirador.
- Separémonos, tú ve directo al pueblo y cárgate a los que te encuentres, yo buscaré un sitio bueno donde disparar y te ayudaré desde allí. ¿Podrás hacerlo?- le pregunto ya que hace menos de dos horas que perdió a su amigo.
- Por supuesto. Antes era un tirador de mierda pero eso cambió cuando me entrenaron en La Llama, por una parte agradezco que me secuestraran- dice Ian sonriendo de lado a lo que le dirijo una mirada desconfiada.
- Estate atento a todo, no puedes dudar ni un segundo, no puedes tener ningún momento de debilidad, ¿me entiendes?- le pregunto seriamente.
- ¡Que sí, joder! ¡La hora de lamentarse ya pasó! ¡Estoy bien!- dice Ian con una sonrisa forzada.
- Vale, vale. Manos a la obra...

Me separo de Ian, me dirijo hacia un terreno elevado y me escondo tras unas rocas cuando me aseguro de que no hay mordedores alrededor.
Apunto hacia el lugar donde está Ian y me lo encuentro en problemas. Algo más de una decena se acercan a él.
Ian dispara pero tarda en acertar en el cráneo y mientras tanto, ellos cada vez están más cerca.
Apunto y disparo. Una bala certera, otra y otra.
Le despejo el camino mientras va entrando en una casa tras otras, en busca de agua. No son muchas, esto ni siquiera es un pueblo, es mucho más pequeño, es una pequeña comunidad.

Ian sale de esa casa y se dirige a la siguiente. Como no me ha hecho ningún tipo de señal, debo suponer que no ha encontrado nada.

Escucho disparos y temo porque a Ian le haya pasado algo pero sale ileso de la casa, de nuevo con las manos vacías.
Disparo a unos mordedores que han salido de otra casa al escuchar los disparos.

Ian da unas patadas a una puerta y al final consigue entrar. Espero un rato a que Ian salga de la casa pero no sale. Han pasado más de cinco minutos.
Tengo que ver si le ha pasado algo. De todas formas, aquí ya no sirvo de nada, no hay tantos mordedores, no hay más a la vista.

Cuando llego a la casa en la que vi a Ian por última vez, la puerta está cerrada.
La empujo pero no se abre, está cerrada así que no me queda otra. Es de madera fina, le doy una patada y la abro.
Entro apuntando con el francotirador, la casa está a oscuras y solo puedo ver por el reflejo de luz que entra por las ventanas.
Entro a la cocina que queda a mi izquierda y es lo primero que me encuentro al entrar.

Las encimeras están limpias, ni siquiera tienen polvo. Abro un pequeño armario y me lo encuentro lleno de comida en botes, galletas, chocolatinas. Y agua, en un rincón hay muchas botellas de agua.
No puedo evitarlo, tengo demasiada sed, Ian puede esperar.
Cojo una botella pero antes de abrirla, una voz se dirige a mí.
- ¡Deja el arma!- me grita la voz de una mujer.
Me giro, apuntándole con el francotirador pero me veo obligado a tirar el arma, está apuntando a Ian con una escopeta.
- Vale, vale, ya no tengo nada- le digo amablemente con las manos alzadas-. Suelta al chico.
La mujer, más o menos de mi edad, me mira duramente y suelta a Ian de un empujón.
Ian cae al suelo y se dirige a mí, cabizbajo.
- Ahora quiero que os larguéis inmediatamente de mi casa, sois unos ladrones de mierda. No teníais ningún derecho a entrar sin permiso en la propiedad de una persona. Y las armas me las quedo- nos dice recogiendo mi francotirador.
- Pero...- susurro.
- Nada de peros. ¡Fuera!- grita señalándonos la puerta.
- No vamos a durar fuera sin las armas. No le haremos daño, lo juro- le digo suplicándole con la mirada que me devuelva mi arma.
- De ninguna de las maneras. No puedo fiarme de unos extraños.
- Pues no voy a irme de aquí sin el francotirador- le digo cruzándome de brazos.
- Veo que prefieres morir...- susurra apuntándome con mi propio francotirador.
- Vale, vale...- suspiro-. Tú ganas. Pero al menos dános algo de beber, algo de comida. No podemos más y en las otras casas no parece haber nada... ¿Encontraste algo, Ian?
Ian niega con la cabeza.
- ¡Pues claro que no hay nada!- se ríe la mujer-. Yo cogí todo lo que había y lo traje aquí. Ahora, ¡fuera de mi puñetera casa!
- Pero... estamos muertos de hambre... Por favor...- le suplico-. No somos malas personas, te lo puedo asegurar, está anocheciendo, déjanos pasar aquí la noche, somos personas humildes...
- ¿Humildes?- se ríe la extraña mujer-. Los humildes están muertos, si fuérais esa clase de persona no hubiérais llegado tan lejos. En este nuevo mundo solo los valientes sobreviven, solo los que son capaces de dejar atrás todas las leyes humanas, los que son capaces de hacer cosas que antes no hubieran pensado que harían, los que son capaces de matar a sangre fría si hace falta, para proteger a la familia o al resto del grupo, los que han cambiado con el apocalipsis, solo esos sobreviven, los débiles o los que aún siguen creyendo en las leyes y valores de antes, los que no se atreven a matar, los cobardes, a los que este mundo no ha podido cambiar de ninguna manera, esa gente, muere. Esos son los que hoy en día son muertos vivientes, los demás somos supervivientes. La supervivencia es solo del más apto y las personas humildes no lo son.
- Agradezco esta lección de moralidad pero te lo suplico... déjanos quedarnos... o por lo menos beber algo de agua...- le digo con los ojos caídos.
- Aún no he oído hablar al chico...- dice la mujer con las cejas alzadas y le doy un golpe con el codo a Ian.
- Por... por fa...- susurra Ian y cambia de expresión-. ¿Por qué debería de suplicarle a esta payasa? Si no nos quiere dar agua, que le den por culo, ya nos la apañaremos, no tengo por que postrarme ante ella- dice negando con la cabeza.
- Ian... por favor... son solo dos palabras... Aquí no hay más agua, ya la has escuchado, toda está aquí, si no lo dices, moriremos, ¿es que no lo entiendes?
- No- niega Ian con la cabeza, obstinado.
- Pues... ¡Pues dame agua solo a mí!- le suplico a la mujer-. ¡No aguanto más esta sed! ¡Por favor!
La mujer se ríe.
- Me gusta cómo piensa ese chico. Anda, beberos una botella entre los dos. ¡Pero no más!- nos dice la mujer.
- ¡Gracias!- le digo sonriente y abro una botella.
Bebo unos cuantos tragos hasta que dejo el agua por la mitad y se la paso a Ian pero este niega con la cabeza.
- No pienso aceptar nada de esa perra...- susurra y la mujer abre los ojos.
- ¡Ya te estás pasando, jovencito! ¡No me hagas tener que meterte una bala entre ceja y ceja! ¡Bébete esa agua o te mataré yo misma antes de que mueras de sed!- le grita la mujer, enfadada.
Con un suspiro, Ian se bebe todo el agua que queda de la botella de dos litros.
- Muy bien. Ahora ya podéis iros- nos dice la mujer.
- Vale pero... ¿por qué no te unes a nosotros? Estás sola aquí y cuantos más seamos, mejor- le propongo.
- ¿Qué te hace pensar que estoy sola?- dice ella alzando las cejas.
- Pues... no he visto a nadie más vivo...- me encojo de hombros.
- Bueno- suspira la mujer-. Podéis quedaros a comer pero luego os iréis
- ¡Estupendo! ¡Muchas gracias! Por cierto, soy Leo y él Ian. ¿Cómo te llamas tú?- le pregunto.
- Mi nombre no os importa en absoluto...- dice seriamente.

Apocalipsis Zeta - Parte 4: Destinos separadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora