Rayas y dibujos

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Salí sin problemas del bosque, ya me conocía el camino de memoria, podía recorrerlo con las manos atadas y los ojos vendados y no tropezaría ni una vez.

Seguí caminando por el borde de la carretera hasta llegar al orfanato, estaba algo alejado del pueblo, rodeado por la inmensidad de las montañas y aunque era pequeño, no falta decir que era muy acogedor.

Con apenas siete profesores que enseñaban, repasaban las cuentas y vigilaban a los niños, dos cocineras , cuatro limpiadoras y la directora. Se conocían bien entre ellos y mantenían una relación abierta con todos los niños, era algo así cómo una familia a lo grande.

Tenía la esperanza de que el chico estuviese allí, ya que según él, no dejaría que nadie le adoptase, y si lo hacían, les haría la vida imposible hasta devolverlo.

Saludé al profesor de gimnasia, Robert, encargado de vigilar el exterior, al parecer ni él ni su oficio habían cambiado. Al principio no me reconoció, yo en su lugar tampoco lo habría hecho, había cambiado mi vestido azul manchado de barro y mis bucles castaños sueltos por la ropa extravagante de Londres, cortando mi lago pelo por los hombros.

En cuanto supo que esa chica pija fue una vez la pequeña niña que solía entrar a ese lugar como si fuese su casa no dudó en saludarme y dejarme pasar, preguntando por mi vida, por el tiempo y el cambio.

Pasé por el gran patio dónde menos de cincuenta niños jugaban, pateaban el balón o se reunían en un banco con los portátiles y las consolas. Los que una vez me saludaban y reconocían habían sido sustituidos por otros más pequeños, así era ese lugar; era acogedor, pero no podías coger confianza ya que se iban y venían enseguida.

Algunos niños me miraban de forma extraña, preguntándose que hacía una chica en ese lugar, si era una nueva limpiadora o cocinera, uno de ellos me detuvo estirando de la manga de mi chaqueta.

-¿Cuál es tu nombre?.-no tendría más de tres años, con el pelo oscuro alborotado y sus ojos grises brillando. Tuve que agacharme, quedando a su altura y pedirle que volviese a repetir ya que no conseguí entenderle bien.-Que cuál es tu nombre.

-Gwendolin Moira Angela Darling, ¿y el tuyo?.-contesté sonriéndole, sabía que le costaría memorizar un nombre tan largo y no pude evitar reír al verle estrujarse la cabeza intentando pronunciarlo entero.-Dime sólo Wen, ¿vale?

Asintió sonriéndome, ya más convencido y cogió una de mis manos, tuvo que usar ambas para que no pareciesen tan pequeñas en comparación.

-Wen es un nombre muy bonito, yo me llamo Carl.-respondió a mi anterior pregunta.

-Gracias, pero tu nombre es mejor que el mío.-le di un beso en la frente, me levanté y comencé a caminar a la entrada del edificio.- Nos vemos luego Carl, tengo que ver a alguien.

-¿Puedo acompañarte?.-añadió parándome de nuevo, aunque sabía bien dónde se encontraba cada cosa no supe negarle, por lo que se despidió de dos niños en los columpios que rondaban su edad y no dudo en coger mi mano.

Me llevó por todos los pasillos, cruzándonos con los profesores que no dudaban en pararme para saludarme, hay a quien le parece extraña la situación, más pasé tanto tiempo en ese lugar que todos llegaron a quererme cómo a un miembro más, sobre todo las cocineras.

Llegamos a la cuarta y última planta del edificio escolar, en la que me paré en una clase en especial, la de último año, me asomé al cristal de la puerta, el cual reflejaba el interior. Tan sólo había una pequeña pizarra, la mesa del profesor y una mesa apartada del resto, las cuales estaban en su mayoría rotas y amontonadas en el fondo de la clase.

-Carl, ¿puedo entrar un momento aquí?.-volví mi mirada a él, este se encogió de hombros y probó abrir la puerta, la cual nos dio paso al aula.

¿Dónde está Peter Pan?[#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora