Antigua Habitación

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Solté la maleta de golpe al subir a mi vieja habitación, no reparé en ella, tan sólo me tiré pancha arriba a la cama, cansada de las siete horas de viaje , las cuales seis se resumen a mirar aburrida por la ventanilla del coche y la sobrante a estirar las piernas.

Comenté de venir en tren ,ya que eran casi dos horas y media menos, pero mi padre George Darling, un banquero demasiado sofisticado para transportes públicos se opuso, aunque todos sabíamos que se oponía debido a lo mucho que lo aborrecía ya que, cuando vivíamos aquí, tenía que tomarlo todas las mañanas y noches a la hora punta.

Hacía casi cuatro años desde que no pisaba ese suelo, el mismo tiempo que pasé en Londres convirtiéndome en una "dama", lo suficientemente sofisticada cómo para no escapar de casa en mitad de la noche.

También hacía tres años desde que no dormía en el mismo cuarto que mis hermanos, solían decirme que una mujer debe tener su privacidad y no debía compartir sueño con dos niños.

Lo que más me chocó fueron los tres años que estuve en Londres, en una habitación sin ventanas, demasiado grande para una chica que no le gusta la soledad, con aseo propio y pestillo interior; muchas compañeras decían que era un lujo con el que ellas soñaban y envidiaban.

A mí me parecía un encarcelamiento, y el motivo de esa prisión era nada más ni nada menos que crecer.

Por suerte convencí a mi madre, Mary Darling, de pasar las vacaciones de verano en la casa dónde viví mi niñez, ya que a fin de cuentas, nunca llegaron a venderla. A George se le hace imposible negarle a su querida mujer, por lo que tuve que aguantar las seis horas de coche recriminándome haber usado a mi madre para mis propios fines.

La casa es más pequeña que la de la ciudad, con un solo baño para todos los residentes, dos plantas, con dos habitaciones, de las cuales nos quedamos con la más grande ,un amplio salón y una pequeña cocina con una puerta que daba al jardín trasero dónde solíamos atar a nana cuando se portaba mal.

Estaba situada en un pueblecito tranquilo, en el que todos los vecinos se conocen y a penas hay variedad de cosas, con tan solo una pequeña escuela, un par de parques, un puerto y no se si llegarían a los cuatro bares; he de reconocer que lo que mejor me sabía de pequeña era dónde estaban los quioscos y los caminos por el bosque.

En ese lugar pasé los años más dulces de mi infancia, podría ser por los elementos que contenía cómo el río y su desembocadura, la pequeña playa y el puerto, por no contar el comienzo de un bosque que se adentraba hasta unas montañas algo lejanas.

Era el sueño de todo niño en busca de aventuras.

Mis pacíficos pensamientos se vieron interrumpidos por John, quejándose de compartir no sólo cuarto conmigo, si no también cama con Michael y el más pequeño enfadado debido a que su hermano mayor le gritaba.

A ninguno de los dos les hacía mucha ilusión venir aquí; hasta hace poco querían volver, pero las amistades y las extravagantes calles de Londres les habían hecho conllevar una vida más urbana, dónde les hacía felices comprar una camiseta que valía más que toda su ropa junta para luego olvidarla en el fondo de su armario.

Habían olvidado lo mucho que se divirtieron una vez corriendo entre los árboles y saltando los charcos de barro, habían olvidado nunca jamás.

Mis dos hermanos entraron entre resoplidos a la polvorienta habitación, soltando sus maletas de la misma forma que yo lo había hecho minutos antes. John decidió imitarme tirándose boca abajo en la que una vez fue su cama, mientras que el niño de ocho años algo más curioso rebuscaba por toda la habitación, sacando objetos que creía perdidos de los cajones, revisando nuestros viejos juguetes y buscando algún tesoro escondido entre los muebles o debajo de las camas; aunque llegué a pensar que revisaba por si habían insectos que pudieran comerle mientras dormía.

¿Dónde está Peter Pan?[#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora