18. Reunión

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─Mi pequeño... Mi pequeño ángel. Despierta, ángel.

Stiles escuchó una voz que le llamaba. Una voz tranquila. Una voz que había escuchado antes. Aunque no supo reconocer a la dueña de esa voz, sí que supo que era cálida. Tan cálida como solo puede ser una voz amada, una voz amiga.

Adolorido, abrió los ojos. Sus párpados eran pesados, pero cuando logró abrirlos, vio a una mujer que le acariciaba el rostro con amor y le sonreía... Su visión estaba borrosa, como si estuviera rodeado de una bruma, pero sin duda reconoció esa sonrisa.

─¿Mamá? ─logró decir, a pesar del dolor que le atravesaba el cuerpo, a pesar de la saliva mezclada con su propia sangre, que tal mente parecía cemento.

─Despierta, mi ángel. ─repitió ella dando un suave beso en la mejilla. ─Aún tienes mucho que hacer.

─¿Estoy muerto?

─Lo estarás si no te levantas y haces lo que tienes que hacer... Lo estarás si no salvas a tus amigos, a tu familia... Levántate, ángel.

─No puedo. ─dijo mirando que, en efecto, estaba atado y con el abdomen expulsando la poca sangre que quedaba en su interior por la herida de la triple espada.

─¿No te acuerdas de lo que te decía hace años?

*flashback*

─¡Stiles! ─llamaba una joven madre a su hijo de apenas cinco años. ─¡Stiles!

─¡¡Mamá!! ─llamó el niño, completamente desolado, llorando a pleno pulmón.

El niño, un pequeño Stiles delgado y ya larguirucho, tal y como sería en unos años, pero con un montón de pequitas recorriendo su cuerpo, corrió al encuentro de su madre, que se agachó para envolverle en un cálido y reconfortante abrazo.

─¿Qué pasó, mi ángel? ─susurro la mujer, acariciando con mimo el pelo de su pequeño.

─Mi... Mi pelota... ─dijo el niño, aun sollozando en brazos de su madre.

La mujer localizó rápidamente la pelota de la que hablaba su hijo. Estaba encaramada en lo alto del árbol, justo entre las ramas más altas. La mujer, aún con mucho cuidado y con una voz inundada en amor y dulzura, se separó para mirar a su hijo y contestarle.

─¿Has sido tú quien la ha tirado?

─Sí. ─asintió el niño enjugándose las lágrimas con la manga de su chaqueta.

─¿Y cómo ha parado ahí si te he dicho que no puedes jugar a la pelota aquí? ─regañó levemente la madre, aunque el niño volvió a hipar y sollozar por las nuevas lágrimas.

─Pero es que...

─¿Me desobedeciste, Stiles?

El niño paró de llorar durante un instante para clavar sus ojos avellana en los de su madre, que tenían la sombra de una regañina. El pequeño Stiles, a punto de romper a llorar de nuevo, asintió con vergüenza.

─Pues si la quieres, tendrás que cogerla tú mismo. ─dijo serena la madre, irguiéndose por completo antes de dirigirse hacia la casa. ─Pero recuerda... Tienes que darte prisa o se pinchará por los rayos del sol.

─¡Mamá! ¡Mami! ─llamó el niño corriendo en pos de su madre, que se detuvo para mirarle con ternura pero al mismo severa. ─Ayúdame, mamá...

─No, Stiles. ─dijo serena. ─Tú mismo debes hacerlo... no siempre te podrán ayudar en todo. ─dijo ella volviendo a agacharse para quedar a la misma altura que su hijo. ─Así que piensa cómo puedes bajarlo... y apáñate tú. Puede que algún día no haya nadie para ayudarte... puede que sea algo más que tu pelota... y si siempre te ayudamos, jamás aprenderás.

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