CAPÍTULO 1

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Hola a todos/as aquí estamos con una nueva historia.
Ya aviso de antemano que prepareis una buena provision de pañuelos ya que habrá capítulos con drama, aun así se que os gustara. Disfrutarla y no os olvidéis de decirme que os parece.

Hospital San Elías, Bogotá, Colombia

Silencio en la habitación. Richard Castle miraba alrededor, tratando de rebajar la tensión. Entraba poca luz por la ventana, probablemente a causa de las cortinas, que, al ser muy oscuras, impedían el paso de los rayos de sol.

Los muebles eran de caoba, de talla muy recargada, seguramente de época.

En las paredes había cuadros muy grandes, de diferentes estilos, colocados al azar, alguno un poco torcido.

En una mesita de un rincón, junto a un pequeño Buda de madera, había una estatuilla de la Virgen con agua bendita.

Por último, en el suelo, una pesada alfombra persa daba a la habitación un aspecto todavía más sombrío y recargado.

"Es raro -pensó- que un médico tenga tan poco gusto en la decoración."

Pero en el fondo no era cosa suya ocuparse de los muebles.

Un leve tictac rompió el silencio: un viejo reloj en un rincón del escritorio, a lo mejor también comprado por azar.

Observó durante un instante al hombre que estaba sentado delante de él. Tenía la frente arrugada y examinaba con atención unas hojas. Casi parecía no prestarle atención.

En el intento de calmarse se puso en pie, se acercó a la ventana y con una mano retiró la cortina, casi como si quisiera descubrir un nuevo mundo.

Mientras se frotaba los músculos rígidos del hombro miró fuera, hacia la calle. Los coches pasaban raudos por el asfalto, con la prisa de ir quién sabe dónde, a hacer quién sabe qué. En la acera los peatones esperaban pacientemente a que el semáforo se pusiese verde para cruzar. Una madre estaba consolando a un niño que lloraba, a lo mejor quería un juguete nuevo. Unas chicas reían y bromeaban delante del escaparate de una tienda de ropa. Llevaba a la espalda la mochila del colegio, quizá se apresuraban a regresar a casa después de muchas horas de clases aburridas, o quizá quedaban con una amiga para estudiar juntas.

Destellos de vida lejanos, acunados por la música del tiempo, vidas que no nos pertenecen, pero que, por un motivo u otro, se cruzan con la nuestra. Ya, la nuestra.

Castle se dio cuenta de que su aliento había empañado la fina lámina del cristal, lo que le impedía seguir observando, y bajó la cortina como si fuera un telón.

Que bonita la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora