Capítulo 4: Tonterías

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Alguien repentinamente se acercó y cambió el canal de televisión que yo miraba con tanto interés, aunque luego de ver que todo eran malas noticias y cosas que no me harían estar mejor, decidió apagarlo completamente.

— ¿Por qué? —pregunté mirando la pantalla en negro que reflejaba débilmente mi reflejo. Tampoco me acordaba de mi aspecto.

— ¿Qué cosa, pequeña? —preguntó el médico.

Hablaban de cosas muy extrañas, pero importantes. Además parecían estar ocurriendo en esos momentos en algún lugar desconocido.

—Quiero saber qué les está pasando a esas personas.

—No te preocupes por eso, no es bueno que acumules información. —me explicó. —Tu cerebro parece estar muy sensible y que intentes forzarlo solo te provocará dolor de cabeza.

—No acumularía información, solo es curiosidad.

Aunque en cierto modo comprendí que no debía exponerme a nada nuevo, era peligroso. Como si pudieran quedarme secuelas en el cerebro.

Más aún.

—Está bien… —murmuré al ver la cara de desaprobación del médico. No haría nada malo. Tampoco pretendía matarme, no lo veía una buena solución en ese momento.

Él se fue más tranquilo cuando me vio dirigirme hacia la ventana. Era la mañana del día siguiente y había despertado nuevamente en esa habitación, muchas horas después de que hicieran lo que quisieran conmigo.

Pero por mucho que preguntara a las enfermeras, nadie quería decirme nada.

Y yo no quiero ser pesimista, pero al menos me gustaría una respuesta sincera. El silencio solo me hace ver que tengo un problema más grave de lo que de verdad parecía en un principio.

¿Me voy a morir o no? Porque si tengo que desaparecer al menos quiero tener mis últimos minutos sabiendo que mi trágico final está llegando.

Aunque no me pondría triste.

Siendo mi caso uno muy extraño, donde yo por alguna razón lo había perdido todo, incluso la memoria, valía más la pena que el esfuerzo de toda la gente que cuidaba de mí lo pusieran en otras personas luchando por sobrevivir.

Seguramente había gente con balazos, heridas y luchando por respirar a causa de accidentes que recibían menos atención que yo.

¿Y para qué?

No sabemos si algún día recordaré eso que he olvidado, así que posiblemente todo lo que hacen es inútil. Mi lugar es ese donde la luz nunca alumbra.

Y mi realidad quizás no es estar viva.

¿Has acabado? —me dijeron.

Alguien a mis espaldas me habló, pero vi al pájaro de ayer ponerse a cantar en la misma rama y respondí sin dejar de mirar fuera.

— ¿Qué? —pregunté.

Te preguntaba si habías acabado de lamentarte.

— ¿Lamentarme? —murmuré confusa.

.

— ¿A qué se refiere? —le pregunté a la desconocida, dándome la vuelta hacía la vacía habitación.

No entendí la finalidad de esas preguntas, busqué a la persona que había juzgado mi forma de pensar, y entonces me di cuenta de que nadie me había hablado.

Suspiré y pensé un momento.

No era alguien, era ella. Otra vez.

—Déjame. —susurré. Volví a girarme, miré el movimiento de fuera para entretenerme y no pensar en nada. Eso no era real.

Haz el favor de comportarte.

—Basta. —respondí.

La escuchaba hablarme de verdad, a mis espaldas. Se me aceleró el pulso. Ella no era real, pero podía escucharla incluso cuando no estaba.

Tu realidad sí que es estar viva, tú lo sabes mejor que nadie. Esto es lo que querías, no hagas tonterías.

— ¡Déjame! No son tonterías.

Conseguí finalmente dejar de escucharla, pero era preocupante que ella fuera capaz de responderme con coherencia.

— ¿Tonterías, pequeña? ¿Por qué dices eso?

De repente el doctor entró, y fue un problema que yo estuviera en esa fase de convertirme en una loca que habla sola.

Pero no podía decírselo.

—N-No. Por nada. —disimulé lo mejor que pude, pero estaba claro que me había oído. Y cosas así no se esconden.

— ¿Estás bien? —preguntó. Caminó hasta tenerme a un par de metros, me miró de arriba a abajo.

—Sí. Perfectamente.

—Puede que aún estés bajo los efectos de los tranquilizantes.

—Eso será...

—No te alarmes.

Respira. No te alarmes.

Ella no está, nunca estuvo.

Más o menos.

Creo.

Estás bien y punto.

—Debemos irnos.

—De acuerdo. —asentí sin quejas. Huir, dejarla a ella encerrada en esa habitación de hospital y yo seguir con mi vida.

Me dijo que bajase cuando estuviera lista y que nos encontraríamos en recepción. Cuando él se fue yo me quedé un rato mirando por la ventana.

Menuda aventura la que me esperaba.

Y toda la gente de fuera sin saber nada. Ellos vivían en mundos diferentes, cada uno con sus propios problemas.

Si pudiera cambiar de vida cualquiera me serviría.

Miré el exterior y pude ver la puerta de entrada siendo utilizada por personas que compartían sentimientos contrarios. Algunos caminaban tristes, otros salían llorando, gente que corría para entrar, muy pocas se iban felices, pero alguno parecía estar alegre.

Eran desconocidos intentando solucionar sus problemas. Sencillos problemas comparados conmigo.

Pero de entre todas las cosas logré distinguir algo en particular. Mi mirada buscaba curiosa, sin rumbo fijo ni concretando nada, algo que me llamara la atención. Y para mi mala suerte lo encontré.

Algo resaltaba sobre todo lo demás. No me di cuenta de su presencia hasta que coincidimos. Y mi corazón dio un vuelco al verla ahí quieta.

Me miraban unos ojos curiosos, profundos. Celestes. Había una figura alta, tranquila, con las manos en los bolsillos, vestida con traje y corbata y el pelo recogido al lado de un todoterreno negro.

Me sonrió con todo el cariño que pude ver, y del susto me aparté del cristal notando mi corazón pedir unos segundos más con ella.

¿Por qué?

—No existes... —murmuré.

Pero no me lo creí, y cuando volví a asomarme ya no estaban. Ni ella ni el vehículo.

Quise creerme con toda la fe que pude reunir en unos segundos que mi imaginación me estaba jugando malas pasadas y que todo eso sucedía porque estaba cansada.

Hice el esfuerzo de olvidarlo todo y decidí irme.

El doctor me estaba esperando.

—No existes.

Cuídate, princesa.

Paré de golpe y resoplé.

—Lo que tú digas... maldita sea.

Paradise [No corregido]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora