Capítulo 8: Un regalo y una rosa

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Me levanté del sillón y dejé atrás al médico.
Suspiré intranquilamente, sabiendo que esto ya no mejoraría más. Abrí la puerta.

Ese largo pasillo. Parecía dirigirte a la más negra oscuridad.

Avancé y la cerré a mis espaldas. El ruido que hizo resonó fuertemente y fue el silencio de después el que me dijo que ahora y a partir de siempre iba a estar absolutamente sola.

Iba a depender de mi misma y de mis acciones. Y mi primera misión era ir a recepción.

¿Pero por dónde?

No me acuerdo.

Vamos bien.

Aunque por suerte seguir recto no tenía pérdida, solo fue al salir cuando no supe por dónde continuar. Aparecí en una especie de cruce, donde optabas por dos puertas, dos pasillos y unas escaleras que te hacían subir a la planta de arriba.

Según recordaba... No tenía que subir en ningún momento.

—Anda. —dice alguien sorprendido, bajando por esas escaleras.

Asustada me doy la vuelta. Casi me da algo al corazón. Estaba preparada para atacar.

— ¿Te has perdido? —preguntó. Y al darme la vuelta volví a respirar tranquila.

¿Se llamaba Antoine? Creo que sí.

—Sí... —le digo apenada.

— ¿Buscas la recepción?

Asentí. ¿Tanto se notaba que buscaba la recepción?

—Pues es esta puerta. —señaló. —Es un pasillo recto. La encontrarás al final.

Él me sonrió. Yo agaché la mirada, sonriendo también.

— ¿Necesitas algo más?

—No. —digo rápidamente. —Gracias.

Y después de encontrarme con el GPS que necesitaba, me fui por donde me dijo y en verdad no tuve problemas para llegar.

Sinceramente, si hubiera tenido que elegir yo posiblemente ya estaría por Australia. Cosas mías y de mi fantástica observación.

Y de mi sentido común, también.

— ¡Por aquí! —me dice una mujer, cuando la luz de la gran puerta principal de cristal me alumbró.

Yo obedecí sin decir nada. La recepción estaba vacía en esos momentos y estaba claro que se refería a mí. Avancé y pasé por detrás del mostrador.

—Sígueme. —me dijo, y yo lo hice.

Había una especie de sala de máquinas detrás de esa pared. Bajamos unas escaleras para llegar al sótano, donde cada vez sonaban con más fuerza ruidos metálicos pesados y voces de gente mezclados con alarmas y sonidos de motores.

— ¿Sabes cuál es tu talla de ropa? —me preguntó.

—… pues no. Pero supongo que una no muy grande.

Se separó de mí un momento y me dejó en medio de la gran sala rodeada de artefactos que podrían ser, perfectamente, armas nucleares. Preferí no moverme ni tocar nada.

Demasiado torpe para estas cosas.

Skyler, limítate a respirar.

Al fondo percibí varias lavadoras de tamaño industrial y mucha gente trabajando en ellas. Tendían, secaban y doblaban la ropa. La recepcionista se acercó a ellos.

—Cuidado. Hazte a un lado. —me avisó alguien, entonces. Al darme la vuelta yo sola me di un susto increíble.

Una máquina elevadora se encontraba a menos de un metro de mí. Asustadísima di un salto enérgico y me aparté de golpe, observando preocupada cómo dos vehículos pasaban a centímetros de mi rostro cargados de cajas cerradas.

Paradise [No corregido]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora