No Me Olvides [1] +18 ✔︎

Capítulo 10

Justo mañana hace una semana que encontré a Brad en el baño del instituto con Rachel —sí, averigüé su nombre—, desde entonces no hemos tenido ningún encuentro placentero —entre nosotros, quiero decir, porque a saber si él ha decidido divertirse por su cuenta con alguna de sus «amiguitas» Doñas Abiertas de Lunes a Domingo, inclusive Festivos, las veinticuatro horas—. Creo que le quedó bien claro eso de: «hermanos para todo, de ahora en adelante» que le dije ese mismo y maldito día. Eso, o que ni se atreve a intentar nada conmigo después de ver cómo me puse. Aunque noto cómo me mira cada vez que salgo de la ducha con la toalla enroscada en el cuerpo, o cuando estoy acostada en el sofá y solo llevo unas bragas y una camiseta ancha tapándome. La verdad es que echo de menos sus abrazos llenos de cariño, sus besos... o dormir con él, por ejemplo. Dormir de dormir. Solamente tenerlo abrazándome por las noches, dándome calor y calmándome si tengo alguna pesadilla, como desde siempre solía hacer, desde que éramos niños... Pero debemos ser realistas, y aceptar que ahora las cosas han cambiado y puede que haya llegado el punto en el que esto deba quedarse atrás, en el olvido. Después de todo, así lo decidimos nosotros desde el primer momento en que nos besamos, ¿no?

Cuando tengo la pequeña sospecha de que pensar tanto me hace vago favor, salgo de la ducha y empiezo a vestirme; me pongo un jersey azul marino, fino y con dos rayas horizontales a ambos lados de los brazos, unos pantalones vaqueros azules marino y ajustados a más no poder y las —ya más que normales en mí— convers. Después dejo mi pelo suelto y mientras se seca voy delineando la raya inferior de mis ojos y aplicando una fina pero resultona capa de rimmel aunque en realidad no es que me encante. Finalmente cojo la mochila con las cosas de clase, el móvil y bajo a desayunar.

—Llevas los pantalones que tanto me gustan... —dice mirando mis piernas hacia abajo.

—¿Cómo dices, HERMANO? —Le pregunto haciendo énfasis en la última palabra. Él sonríe, porque por alguna razón le encuentra una gracia al tema que yo no le veo ni pizca. No me gusta ni mucho menos me hace gracia el tener que llamarlo de esta forma cuando desde siempre hemos sido conscientes tanto uno como otro de que el hecho de que mi madre lo adoptase para darle una buena vida como cualquier niño debe tener, no nos convierte directamente en hermanos como tal.

—Que me gusta el diseño de los pantalones, quería decir —se excusa y sobra decir que sin esforzarse.

—Ya, claro...

Nos sentamos a desayunar de una forma a la que acostumbro cuando la persona que me o nos acompaña es mi madre —en silencio—, pero que odio cuando quien me acompaña es Brad. Nunca desayunamos en silencio nosotros dos, siempre tenemos algo sobre lo que hablar o simplemente sobre lo que reír, una tontería que decir para animar al otro, un roce cariñoso y tan inocente y simple como un beso en la frente, una caricia en la mejilla, un abrazo... En cambio, desde hace un tiempo, desde que esta relación indecente fue aumentando... y con ella la atracción sexual entre ambos y por la que él se siente muy culpable aunque no lo diga —a diferencia de mí, que no hay nada que más quiera que el que mi guapísimo y no biológico hermano me haga sentir tan bien como en el fondo quiere él también—, ambos nos hemos distanciado tanto física como personal e íntimamente, en el sentido más inocente, en el sentido de que ya ni siquiera nos contamos todo lo que siempre nos contábamos, osea: todo.

Cuando él termina de desayunar, se pone a andar en su móvil mientras me espera. Entre medias suspira él o suspiro yo, creo que ambos lo hacemos para romper de vez en cuando el silencio que entre nosotros repito no es algo normal ni muchísimo menos.

Me levanto con el tazón de leche a la mitad, y de repente dice:

—Puedes desayunar tranquila, no vamos a llegar tarde.