Y braguitas y liguero con ligas a juego. O sin nada arriba, con medias blancas hasta las rodillas y esas braguitas tan monas de lunares rosa que tengo y que a él lo vuelven loco. O solo tacones, las piernas desnudas y un elegante picardías color crema o un negligé de raso. Pero siempre un toque de pintalabios rojo pasión. Rojo pasión sí o sí. La mejor arma de mujer.
Las oficinas de la campaña electoral están en un local del centro. Todas las paredes que dan a la calle tienen ventanales, y las luces se quedan encendidas toda la noche para que los que pasen por delante vean la hilera de carteles idénticos, todos rojos, blancos y negros, pegados en las ventanas, con el jefe de Jack posando para la cámara bajo unas letras enormes y en negrita que dicen: VOTA A ROBERT DEVILLE.
Así que los únicos lugares donde podríamos tener algo de intimidad son el cuartito del material, el baño o el despacho que Bob -le gusta que todo el mundo lo llame Bob- utiliza cuando está allí, que no es muy a menudo. Se encuentra justo al fondo, junto al acceso al aparcamiento, para que pueda entrar y salir sin pasar por la entrada principal, que da a la calle y queda a la vista de todo el mundo.
Seguro que más de uno en esa oficina fantasea con follar en el baño o en el cuartito del material durante la jornada laboral y que no lo pillen. Pero esa no es mi fantasía, y menos si tenemos el local para nosotros solos. Además, Jack suele hacerme entrar por la puerta de atrás, que da directamente al aparcamiento donde dejo el coche, y el despacho está justo... ahí mismo.
Debería repetirlo, porque de verdad que no quiero que te formes una idea equivocada: en realidad nunca lo hemos hecho. Jack y yo ni siquiera hemos hablado de ello. Ni siquiera estoy segura de que él quisiera participar. Pero en mi fantasía, en cuanto entramos en ese despacho, y se cierra la puerta y se apagan las luces, se acaban los besos y los mimos; yo tomaría el control.
Lo empujaría para que se sentara en la silla, el elegante sillón giratorio de cuero de Bob, y lo haríamos ahí mismo, en el «sillón del poder». Le diría que no se levantara, que no se tocara, que no se moviera, y haría un pequeño striptease para lucirme un poco delante de él. Primero me desabrocho el cinturón de la gabardina y la dejo caer por un hombro para mostrar algo de carne. Luego me abro rápidamente un lado de la chaqueta y mantengo el otro bien pegado al cuerpo, para que pueda echar un vistazo a lo que hay debajo. Me pondría de espaldas, dejaría que la gabardina se