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resbalen hacia abajo.
-Le gusta ver cómo el sujetador se desliza por mis brazos - dice-. Luego mira cómo lo cojo y me lo aparto del cuerpo.
Me imagino a Anna desnuda de cintura para arriba; está ahí de pie con los zapatos de vestir y las medias color carne sujetas por el liguero, y paseo la mirada por su redondo y curvilíneo culo y sus pechos con pezones color salmón.
Solo hay una cosa que no me cuadra en esta fantasía, en la fantasía de Marcus. Anna lleva una faja de las antiguas, que le tapa casi todo del culo, lo que solo deja ver un poco las enormes bragas de poliéster con la gruesa costura de refuerzo que le sujeta y le levanta las nalgas como si fuera neumática. Así es como le gusta a Marcus, pero ese material no le serviría a nadie más para hacerse una paja.
-Le gusta que estire una pierna y me incline hacia delante para desabrocharme las ligas -prosigue Anna-, así, mientras lo hago, puede verme las tetas colgando. Me dejo las ligas colgando y meneo el culo para quitarme la faja. Luego la dejo caer al suelo.
Entonces se quita las bragas gigantes, pero lentamente, porque, según ella dice: -A Marcus le van los culos y, para él, todo se basa en el
precalentamiento, cuanto más largo, mejor.
Se supone que ella debe llegar hasta ese punto. Marcus quiere que se deje las medias puestas y los zapatos de vestir. Y un largo collar de perlas, perlas blancas y negras, que cuelga entre sus pechos. -Son perlas de su madre -dice.
Mientras hace todo esto, no tiene permitido mirar en dirección a Marcus. -En eso Marcus es muy estricto -dice-. Una vez eché un
vistazo rápido al armario, con el rabillo del ojo. Vi una enorme órbita ocular pegada a la puerta, enmarcada por el agujero del nudo de la madera. Y creo que me pilló, porque el ojo no sabía dónde mirar.
»El ojo se avergonzó. Se movió de un lado para otro, hacia arriba y hacia abajo, escudriñando como loco la habitación, buscando algún sitio donde esconderse. Y no era Marcus. No lo identifiqué con Marcus. Era solo un glóbulo ocular dentro de una abertura alargada y angosta en la madera. Y me dio tanto repelús que nunca más he vuelto a mirar. -Entonces, le gusta mirar pero no que lo miren -digo.

La Sociedad JulietteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora