-Es muy tímido, de verdad -dice Anna, que se da cuenta de mi decepción. Marcus tiene un armario enorme en su piso y, como todo en
esa casa -enorme, oscura y apenas decorada-, está viejo, gastado y la madera es antigua.
-No hay nada cómodo ni acogedor en el piso -me cuenta Anna-. Ni sofás, ni almohadas, ni cojines por el suelo, ni alfombra, ni siquiera cortinas en las ventanas.
-¿Ni siquiera una cama? -pregunto.
-Duerme en un colchón, en el suelo, pero nunca hemos follado ahí -dice Anna-. Y una vez abrí la nevera -prosigue-, y estaba casi vacía. Solo había té. No hojas de té, bolsitas de té. Una caja de bolsitas de té de tamaño familiar. No había leche.
Anna me cuenta que, aunque en el piso de Marcus no hay ni muebles ni alimentos, hay algo que no falta: libros y periódicos.
-Hay libros en cada centímetro de las librerías que cubren las paredes desde el suelo hasta el techo -dice-. Están ordenados meticulosamente por temas: cine y sexo, arte y religión, psicología y medicina. Y cuando en las estanterías ya no queda sitio, empieza a apilarlos en el suelo, sobre las mesas, las sillas, como esa gente que no tira nada y ocupa todos los rincones disponibles.
»Además, donde no hay estanterías, las paredes están cubiertas de obras de arte. Arte erótico. Nada muy pornográfico -dice Anna-, solo cuadros guarros y raros.
Anna me habla de fotografías borrosas de parejas follando que parecen cuadros de Francis Bacon. Escenas callejeras de prostitutas. Cómics lascivos. Cosas que no parecen arte erótico -collages densos, que no paran de crecer con recortes de periódicos y revistas, de caras, lugares y objetos- pero que sin duda tienen un significado erótico para Marcus. Y cosas reconocibles para cualquiera.
Anna dice que hay dos cuadros en particular que le han llamado la atención más que cualquier otro. Están colgados en paralelo en una pequeña hornacina justo en la entrada: te topas con ellos nada más entrar, y siempre que va a ver a Marcus se queda ahí plantada mirándolos un rato. Uno es de dos mujeres tendidas una al lado de la otra de
manera que la curvatura de sus cuerpos forma un par de labios. Las dos