llevan ligueros y medias, y tienen pechos redondeados con pezones como cerezas. -Una de ellas lleva un velo negro y se parece a ti -me dice
Anna. -¿A qué te refieres?
-Una morena, con una sonrisa dulce y sexy. -Me guiña un ojo. Anna está flirteando conmigo y no sé cómo tomármelo. Noto
que me ruborizo y espero que no se dé cuenta.
-La otra -prosigue- no tiene cabeza. Donde debería estar la cabeza hay dos brazos que emergen del fondo negro del cuadro como patas de cangrejo y le aprietan los pezones como pinzas.
Me dice que el otro cuadro es tan raro que resulta difícil de describir. Al principio parecen tres cuerpos femeninos con medias de rejilla enredados en un ménage à trois. Cuando te fijas mejor, ves que hay partes del cuerpo masculinas mezcladas con las femeninas. Órganos sexuales y miembros que emergen de donde no toca. Manos fantasmales que empujan y tiran y toquetean. Es todo un tanto inquietante, dice Anna, como si estuviera mirando un cuerpo hecho de muchos otros y de sexo indefinido. Mientras me habla del cuadro, empiezo a pensar que, durante
todo este tiempo, la sexualidad de Marcus ha sido un misterio para mí, pero jamás me he cuestionado su orientación sexual, ni siquiera he pensado en ello. -¿Marcus es gay o bisexual? -le suelto.
-Oh, no -dice Anna-, no creo. Solo es muy, pero que muy raro. Desde luego eso parece. Una casa sin muebles, ni comida, solo
libros, periódicos y arte erótico. Como si Marcus se sintiera cómodo en la austeridad. Como si su cerebro estuviera tan ocupado que no tuviera tiempo para preocuparse de su cuerpo. Y eso me parece bien. Porque yo solo quiero que me folle su cerebro.
Anna dice que, cada vez que se encuentran, dos veces al mes, entre ellos ocurre siempre lo mismo. Marcus lo tiene todo planeado, hasta el último detalle, y espera que todo se haga tal como está programado, como un ritual.
Le dice que vaya a una hora específica.