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revelación, llámese amor, lujuria o quizá la suma de ambas cosas. Pero lo recuerdo vivamente, como si hubiera ocurrido esta mañana.
Era la octava vez que Jack y yo teníamos relaciones sexuales. Y me pareció muy especial. Jack era realmente el primer tío con el que me sentía cómoda estando desnuda delante de él. Yo estaba encima, montándolo, nos besábamos apasionadamente, y justo cuando estaba a punto de correrse, me miró a los ojos y me preguntó..., realmente me preguntó, si podía acabar en mi boca.
Solo de pensarlo me entró el pánico, pero me sentía tan abrumada por esa nueva combinación de amor y lujuria que lo único que fui capaz de hacer, lo único que deseaba hacer, fue sonreír y asentir en silencio para darle mi aprobación y permiso. Me lo había pedido. Yo tenía el control. Se había molestado en preguntar, y eso me hizo desearlo.
Desde esa vez, le perdí el miedo a la sustancia pegajosa relacionada con esa asquerosa palabra. Ya ni siquiera me daba miedo el sabor que tendría. Lo deseaba. Me ponía cachonda. Me encantaba. Me fascinaba. Lo anhelaba, igual que anhelaba que Jack me envolviera con ternura entre sus brazos y me diera esos besos tan dulces y cariñosos. El sexo era una gran decepción antes de conocer a Jack. Supongo que el secreto estaba en encontrar a la persona adecuada, la persona que conseguiría que yo me abriera, la persona que me mostraría el camino y me enseñaría a descubrir el placer del sexo.
¿Conoces ese verso de William Blake que dice algo así como «El mundo en un grano de arena»? Bueno, pues yo soy capaz de ver el universo en una gota del semen de Jack. Cuando pienso en el semen de Jack, pienso en cómo habrá llegado hasta allí, en lo genial que ha sido el sexo y en que no quiero que se acabe jamás. Cuando pienso en el semen de Jack, él siempre está conmigo y es como si nunca hubiéramos estado separados. Me gusta sentir su semen. Me gusta sentir cómo me lo dispara
en la boca. Me gusta cuando me lo dispara en el pelo y me lo deja todo sucio, pegajoso y enredado, como cuando atraviesas una tela de araña.
Me gusta decirle que se corra en mis tetas para poder dibujar circulitos con el semen, como un pintor mezclando los colores sobre la paleta. Él es la pintura. Yo soy la pintora y el lienzo. Me gusta pintar con su leche sobre mi cuerpo para poder notar cómo se seca, cómo se endurece y se contrae, y me pellizca la piel al hacerlo. Me gusta cómo se cuartea en

La Sociedad JulietteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora