desconjuntado pero resulta elegante. Un chaleco morado y una corbata estampada, chillona y estridente.
Cuando se quita la camisa -una camisa blanca, lo único puro y sencillo en él-, se ve un torso limpio, sin vello, esculpido con tanta delicadeza como una escultura de mármol. La piel blanca y sin mácula; hasta que se vuelve.
En la espalda tiene una cicatriz enorme que se curva por debajo del omóplato; una media luna de tejido dañado, más blanco incluso que el resto de la piel, aunque parezca imposible; un indicio de violencia salvaje. Me mira con indiferencia aristocrática. Yo lo miro y pienso en
Marcus, aunque más joven y aguerrido, y más desaliñado. Él es peligroso e impredecible, y Marcus es tierno y reservado. Lo miro y pienso en cómo quiero que sea Marcus, en cómo quiero que me trate. Con desdén.
Empiezo a quitarme la ropa interior. Él me mira con severidad a los ojos y me dice: «Déjate las medias puestas».
Una orden, no una petición. Se baja la bragueta y, sin dejar de mirarme, añade: «Una vez, una chica intentó estrangularme».
Me pregunto si es una advertencia. Me pregunto si es lo que pretende hacerme. Me recorre un escalofrío.
Pero es demasiado tarde para arrepentirse, porque él ya está quitándose los calzoncillos, que son blancos como la camisa y como su torso desnudo. Me tumbo en la cama, boca abajo, y vuelvo la cabeza para
mirarlo por encima del hombro.
Pienso en Marcus y en su polla, serpenteándole junto a la pierna, dentro de sus pantalones de traje de color marrón demasiado ajustados. Y entonces ya no tengo que hacerme más preguntas, porque la tengo ahí, justo delante, larga, esbelta y majestuosa, curvándose hacia arriba en perfecto ángulo; como una luna creciente al final de su ciclo, como la cicatriz de su espalda y la hoja curva del arma que se la hizo. Él repta por la cama, y sus largas piernas se doblan sobre mí; es una araña que atrapa a su presa. Me separa las piernas con gesto brusco y se tumba entre ellas. Siento cómo se le hincha la polla al colocarse sobre la raja de mi culo. Siento cómo se incorpora y empieza a frotarse contra mí con movimiento de sierra.