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Tiene la mano sobre mi cuello, curva los dedos alrededor de él, los tiene tan separados que casi puede rodearlo por completo. Aprieta un poco, y la presión me produce un gran placer. Espero que baje la mano y vaya haciendo presión en todos los puntos de mi cuello y espalda. En lugar de eso, aprieta más fuerte y apoya todo su peso, aplastándome la cara contra el colchón.
Grito, más por sorpresa que por dolor.
Siento que me separa las nalgas con la mano que le queda libre y me preparo para volver a gritar, pero esta vez de dolor más que de sorpresa. Porque sé lo que viene ahora. Y ya es demasiado tarde para arrepentirse.
Entonces oigo un claxon pitándome al oído. Chirrían los frenos de un taxi que ha tenido que parar en seco a menos de quince centímetros de mi cuerpo, que está a menos de dos pasos de la curva, donde he salido de la acera al asfalto y he pasado cuando el semáforo estaba en verde para los coches. Estoy temblando. Sorprendida de mi estupor. Escupida a la
realidad desde la pantalla. Y sé distinguir ambos mundos. Sé qué es peor y qué me haría más daño: que un matón me dé por detrás o que un taxi me dé por detrás.
Giro la llave del piso, y la puerta todavía está entreabierta cuando grito: -¿Jack...? ¿Jack?
Sale al recibidor y no le digo: «Te quiero. Te he echado de menos. ¿Qué tal el día?».
Digo:
-Me muero de ganas de follarte.
Me abalanzo sobre él en un abrir y cerrar de ojos y lo pego a la pared antes de que pueda saber qué está pasando. Le planto la boca en sus labios, lo beso con fuerza y le meto la lengua hasta el fondo antes de que pueda decir palabra, antes de que pueda siquiera recuperar el aliento.
Le meto las manos por debajo de la camisa y le acaricio el pecho. Recorro su torso clavándole las uñas. Le pellizco los pezones hasta

La Sociedad JulietteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora