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-¿Me ves el culo en el espejo?
Es lo que le digo a Jack con la esperanza de llamar su atención.
Está apoyado en el cabecero de la cama una noche, poco después del inicio del primer semestre, leyendo algún artículo.
Yo acabo de salir de la ducha y estoy tumbada, desnuda, boca abajo, perpendicular a la cama, con los brazos cruzados por delante de la cara y la cabeza descansando sobre ellos para poder mirar a Jack.
Estoy exhibiéndome para él como Brigitte Bardot se exhibe ante su distante marido, el actor Michel Piccoli, en El desprecio. Provoco a Jack con frases de la película para ver cómo reacciona.
Es un juego al que me gusta jugar. No para probar su amor por mí, sino para poner a prueba cuánto me desea.
Levanta la vista en dirección al espejo, muy rápido. Dice: «Sí», y retoma de inmediato la lectura.
Pero no pienso dejarlo escapar tan fácilmente. -¿Te gusta lo que ves?
-¿Por qué? ¿No debería gustarme? -dice, sin tan siquiera despegar la mirada de la página. -¿Tengo el culo gordo? -Tienes un culo precioso -dice. -Pero ¿es gordo?
-Tienes un precioso culo gordo. -Me mira, me mira a mí, no a mi culo. Sonríe y vuelve de nuevo a sus papeles. -¿Y mis muslos? -digo.
Me echo hacia atrás y me acaricio el muslo justo por debajo del trasero y, mientras lo hago, me separo una nalga, solo un poco, para que pueda echar un vistazo a mi sexo regordete desde atrás. -Son geniales -dice. Esta vez ni siquiera mira. -¿Eso es todo? -digo-. ¿Solo «geniales»? -¿Qué quieres que te diga? -pregunta. Puede que esté proporcionándole las preguntas, pero no pienso

La Sociedad JulietteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora