Cap... 2

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Lo primero que aprendimos en clase de cine es esto: La trama está siempre al servicio del personaje. Siempre, siempre, siempre y sin excepción.
Cualquier profesor de escritura creativa que se precie te dirá exactamente lo mismo, y te hará repetirlo una y otra vez hasta que te suene tan natural como tu propio nombre.
Como principio general que rige el mundo de la ficción es tan inmutable como la teoría de la relatividad de Einstein. Sin ello, todo el entramado se desmontaría.
Toma cualquier película clásica (o cualquier película, en realidad), destrípala y entenderás a qué me refiero.
Vale, Vértigo, una película que se supone que cualquier estudiante de cine como yo debe conocer al detalle. El personaje de James Stewart, Scottie, es un detective cuya búsqueda de la verdad, obsesiva y obstinada, acompañada de un paralizante miedo a las alturas y la obsesión por una rubia muerta que raya la necrofilia, son precisamente las cosas que lo ciegan -su talón de Aquiles, por así decirlo- y lo hacen caer en la compleja encerrona de la que es víctima.
Supongamos, en cambio, que Scottie era un poli aficionado a los dulces. Habría sido más realista, pero no habría funcionado. Habría sido un poli atraído de forma inexorable por una tienda de donuts, no atraído por una femme fatale, y Hitchcock se habría quedado sin película.
¿Lo ves? La trama al servicio del personaje.
Tomemos otro ejemplo. Ciudadano Kane. A los críticos de cine les encanta decir que es la mejor película de todos los tiempos, y les sobran los motivos, porque lo tiene todo. Subtexto, dirección artística, puesta en escena... Todos los elementos que convierten una gran película en una obra de arte y no en un publirreportaje para Microsoft, Chrysler o patatas Lay's, como parecen ser las películas de ahora.
Bueno, pues Ciudadano Kane es la historia de un magnate de la prensa, Charles Foster Kane, en decadencia por su orgullo desmedido

La Sociedad JulietteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora