Se deslice hasta el suelo, me doblaría hacia delante y me tocaría los dedos de los pies para que vea con claridad lo que conseguirá si es un buen chico y hace lo que le ordenan.
La polla se le ha puesto dura incluso antes de que le quite los pantalones. Y, cuando se los quito, veo cómo empuja contra el algodón blanco de sus bóxers.
Ha llegado el momento de un poco de contacto íntimo. Aunque él tiene prohibido tocar. Me coloco delante del sillón, lo monto dándole la espalda y me agarro a los brazos del asiento mientras me froto y reboto y meneo el culo, primero con suavidad y luego con fuerza, contra su entrepierna. A continuación me dejo caer un poco sobre su polla, la agarro entre las nalgas y aprieto, y noto cómo se flexiona y se retuerce y crece contra la curva de mi...
Pero me estoy apartando del tema. El tema es que yo no pintaba nada en ese lugar, en la Sociedad Juliette, entre esas personas. Y no conseguí entrar porque respondiera a un anuncio en la bolsa on-line CraigsList ni porque fuera a una entrevista de trabajo.
Digamos, simplemente, que tenía un don, tenía poder de persuasión, tenía hambre.
Me echaron el ojo.
Podríamos discutir hasta el aburrimiento si se nace o se hace, pero este don no es algo con lo que yo nací. Al menos, que yo sepa. No, es algo que descubrí más tarde.
Aunque lleva mucho tiempo conmigo, grabado en mi ADN, oculto como el interruptor de un agente dormido, y activado hace muy poco. Y una vez dicho esto, ¿cómo empezar a explicar lo que ocurrió
esa noche? La primera noche que me reuní con la Sociedad Juliette.