Arrancada de un sueño.
Levanto la vista y pregunto: -¿Qué pasa?
Me siento confusa y dolida. No intento ocultarlo. Él me lo nota en la voz. -¿Qué pasa? ¿Qué te pasa? -pregunta.
Al escupírmelo así, a la cara, me hace más daño. -¿Qué te ha entrado, Catherine?
Me llama de muchas formas; apodos tontorrones que va improvisando: Kitty, Cat, Trini. Solo me llama Catherine cuando está cabreado. No me ha entrado nada. Nada de nada. Ese es el problema. ¿Es
que no ve lo caliente que estoy?
Hace que me sienta idiota y como una basura.
-Estoy trabajando -protesta-. Ahora no tengo tiempo para esto. Puede que más tarde.
Y cuando dice eso ya sé que más tarde no pasará nada. Sé que trabajará hasta las tantas y me dejará esperando.
Y eso es exactamente lo que ocurre. Estoy en la cama, preparada, dispuesta y deseosa. Y oigo que está fuera pero no entra. Y me deja ahí, con la única compañía de mí misma, con mis fantasías para consolarme, y todas esas extrañas imágenes de la película que no paran de rondarme la cabeza.
Estoy atada al tronco de un árbol cubierto de hiedra. Tengo los brazos alrededor del tronco y retenidos por una gruesa cuerda cruzada sobre mi cuerpo y que me sujeta con fuerza.
Me encuentro en pleno bosque, pero no dejo de oír el mar en mi cabeza. Estoy a plena luz del día. Tengo el cuerpo bañado por el calor del sol. Solo oigo el ruido del canto de los grillos nocturnos.
Tengo sangre en la sien. Pero ninguna herida. Se ha deslizado por mi mejilla como una gota de pintura, aceitosa y espesa. Como una lágrima que exhibe el color del dolor.
Y no tengo miedo porque mi amante me acompaña, está delante de mí. Pone las manos en mis hombros y me siento consolada. Me acaricia el cuerpo con la mirada y me siento deseada. No dice una palabra,