Y sigue hablando como si nada hubiera pasado.
Eso es lo que ocurre siempre que Anna llega tarde; y yo siempre me he preguntado por qué recibe ese tratamiento especial. Así que, un día, voy y se lo pregunto.
—Marcus y yo tenemos un acuerdo —dice Anna—. Yo hago algo por él. Él hace algo por mí.
—Qué clase de acuerdo —digo.
—Bueno —dice—, te lo diré de esta forma: Marcus tiene necesidades especiales…
Me pregunto cuáles serán esas necesidades especiales.
¿Marcus le pide a Anna que le chupe los huevos mientras deconstruye Los cuatrocientos golpes? ¿O se la folla por detrás mientras declama citas del libro ¿Qué es el cine?, de André Bazin? ¿Le gusta que Anna le meta el meñique en el culete mientras él reflexiona con detalle sobre la teoría de la abyección?
Estoy impaciente por que me lo cuente. Hay tantos detalles que quiero cuadrar con mis fantasías sobre lo que pone cachondo a Marcus y sobre cómo folla… Y solo puedo pensar en que la realidad es mucho mejor de lo que jamás he imaginado. Ese es nuestro vínculo, entre Anna y yo: Marcus. Nuestra mutua obsesión. Mi secreto. Su amante.
Así que, al salir de clase, vamos a por un café y salimos a sentarnos en un banco, mientras los estudiantes van y vienen a nuestro alrededor, corren para llegar a tiempo a su siguiente clase. Nos sentamos bajo un árbol, al cobijo de la sombra, protegidas del sol de media mañana, que ya está en su cenit, porque Anna tiene la piel clara y prefiere que siga así. —Me quemo enseguida—dice.
—Vale —digo—, cuéntame. Tengo que saberlo, porque estoy volviéndome loca, ¿cuál es la perversión especial de Marcus? —Le gusta hacerlo a oscuras.
Se me cae el alma a los pies. Marcus parece mortalmente normal. —Creía que me habías dicho que era un friki. Y eso no parece
muy friki. —Espera, déjame terminar —dice—. En un armario. Le gusta
hacerlo dentro de un armario.
Todavía no me convence y frunzo un poco el ceño.