escamas mientras yo pinto. Me gusta levantar en un dedo una escama de su semen reseco y mirarla como uno mira un copo de nieve, intentando vislumbrar los dibujos cristalizados que contiene.
Me gusta bajar la vista y ver cómo sale a chorro el semen por la punta de su polla. Primero sale en un largo chorro, como arcos pegajosos y líquidos que no paran de decrecer en consistencia y volumen. Luego empieza a fluir con lentitud, de forma inexorable, como la espuma de una lata de cerveza que se ha agitado demasiado antes de abrirla.
Me gusta cuando se encharca en mi vientre, y me inunda el ombligo y se derrama por mi cintura como una crema caliente que rebosa del plato. Cuando cae sobre mi cóccix con grandes y gruesas gotas, como lluvia caliente, como leche caliente, como lava caliente. Cuando dispara sobre mi coño y en mi felpudo, donde se queda colgando en finas tiras, como el algodón atrapado entre los arbustos de espino.
Me gusta cuando se corre dentro de mí y me siento llena y satisfecha y relajada, como si acabara de darme un banquete. Y luego sentir cómo se desliza fuera de mi coño y deja un rastro perlado hasta el ojete. Algunas veces chorrea, horas más tarde, cuando ya hacía tiempo se me había olvidado que estaba ahí. Cuando estoy paseando por el campus de la universidad, o sentada en clase, o en el autobús, o en la cola del súper y de pronto noto que se me mojan las bragas con la leche y recuerdo el momento en que él embistió dentro de mí, gimiendo de esa forma tan delicada, un segundo antes de soltar su descarga. Y dejo que salga, como si estuviera follándome, corriéndose dentro de mí, en ese momento y en ese lugar, en el campus, en clase, en el autobús, en el súper.
Me gusta cuando se corre en mi cara y estoy completamente a su merced, como si me humillara con su semen. Cuando cierro los ojos y siento que me salpica en la cara. Cuando no para de correrse y se corre y se corre, y noto su densidad y cómo se desliza por mi cara. Me llena los poros, me chorrea por la mejilla, por la frente, me cuelga de la barbilla. Y tengo la sensación de que mi cara no es lo bastante grande para abarcar todo su semen. Su semen interminable.
Me gusta limpiármelo de los labios y de las mejillas y juguetear con él entre el dedo índice y el pulgar como si fuera un moco, y luego volver a metérmelo en la boca, darle vueltas y mezclarlo con la saliva, para preparar un cóctel con sus fluidos y los míos, y tragármelo de un sorbo, como una ostra. Luego abro la boca, bien abierta, y saco la