20. Muérdago

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LUEGO DE LO SUCEDIDO ENTRE ELLOS, Agatha y James se encontraban acostados en la cama, cubiertos por la fina sábana color gris mientras hablaban de todo y de nada al mismo tiempo. Llevaban horas hablando de esa manera, sin barreras ni discusiones. Sus manos estaban entrelazadas y jugueteaban con ellas en medio de la conversación. Agatha, tenía su cabeza sobre el pecho de James, mientras este la rodeaba con su brazo libre y de vez en cuando acariciaba su cabello de manera afectuosa.

—Así que —comenzó a decir James—, te cambiaste el nombre.

Agatha asintió, relamiendo sus labios. Lo había hecho cuando estuvo en el mundo muggle, Amelia fue la única que sabía su verdadero nombre, aunque no su verdadero origen. No obstante, todo eso cambió con lo ocurrido en el mes de junio.

—Lo hice —admitió—. Pensé que dejar de ser yo, en parte, me ayudaría un poco a superar lo ocurrido.

James arqueó una ceja, con curiosidad evidente. Una gran parte de él quería saber cuál era el nombre de ella fuera del mundo mágico. No sabía qué esperar y eso era lo más que le causaba curiosidad.

—¿Cuál era? —preguntó, sin poder contenerse.

—Christina Agamar —dijo en voz baja, como si fuese tabú decirlo.

Su nombre era una combinación del verdadero. Utilizó su segundo nombre y para el apellido unió su nombre de pila y sus apellidos.

—¿No es ese tu segundo nombre? —La chica volvió a asentir—. Eso ni es cambiarte el nombre. Es como si me llamaran Sirius en vez de James.

Agatha le dio un pellizco en el brazo y lo escuchó quejarse, al mismo tiempo que reía levemente.

—Ya cállate, Sirius —hizo énfasis en el segundo nombre de él.

—Eso no vale. ¿Qué sucede si comienzo a llamarte Christina?

Ella hizo una mueca y arrugó la nariz, al mismo tiempo que negaba. No quería que la llamaran así, en especial él. Que la llamaran Christina había sido una etapa que no quería repetir en su vida.

—No lo hagas —pidió—. Me gusta más mi nombre porque ese sí me lo puso mi madre.

James comprendió lo que Agatha quiso decir. El nombre de Agatha se lo puso Hermione y ella lo valoraba con todo su ser. Había sido lo que la mantuvo segura mientras estuvo en el orfanato. Lo único que le hizo saber que ella no era nadie porque sí tenía un nombre. Quizás por eso no le gustaba mucho que le pusieran sobrenombres y apodos. A la única persona que se lo permitió fue a Dianne y a Dakota, cuando esta la llamaba Casper, en referencia al fantasma de la película muggle.

—Me gusta tu cabello, ¿sabes? —dijo, saliendo del tema anterior.

Agatha frunció el ceño y giró su cabeza para poder mirarlo a los ojos.

—¿No que los Potter siempre tenían a su pelirroja? —preguntó.

James encogió sus hombros.

—Las pelirrojas están sobrevaloradas —respondió—. He tenido rojo hasta para cansarme, creo que le huyo como si fuese fuego. Me gusta cómo se ve el rojo en ti, pero no se compara con tu cabello rubio.

—Lo sé, tener el cabello de diva viene de familia —comentó.

—Seguro —murmuró con sarcasmo—. Cualquier cosa que te ayude a dormir, amore.

El silencio los rodeó por unos minutos. Sin embargo, no era uno de esos silencios incómodos en los que la tensión se puede cortar con un cuchillo. Al contrario, era de esos silencios en los que puedes sentir tranquilidad, calma. Era de esos silencios en los que te sientes a gusto y disfrutas de la compañía, sin necesidad de tener una conversación de por medio.

La maldición Malfoy (#LHDDMYHG2) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora