Epílogo

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31 de julio de 2030

Agatha miró a través del fino cristal de la ventana cómo la luna se posaba con elegancia sobre el firmamento. La noche era cálida, pero no llegaba a ser sofocante, sino que era un punto medio donde no llegaba a sentir frío ni calor. ¿El problema? No podía dormir. ¿La razón? Quizá era por los nervios acumulados en su estómago o porque no lo tenía a él a su lado.

Miró detrás de ella y vio a Phoenix durmiendo en la cama. La pequeña ya no era tan pequeña, sino que había crecido bastante. Con el tiempo se parecía más a su hermana y se volvía más traviesa que nunca. Por alguna extraña razón, Agatha se había vuelto bastante buena con los niños. Tal vez por eso su madre la regañaba, diciendo que por ella era que habían salido tan traviesos.

Volvió a voltear su cabeza y se sobresaltó al ver una sombra frente a la ventana. El corazón le latió a millón. Sus dedos buscaron el borde de la ventana y la abrio con rapidez.

—¿Me puedes explicar qué estás haciendo aquí? —preguntó en voz baja para que Phoenix no se fuera a despertar. Si llegaba a hacerlo tendría que pagarle unos cuantos galeones para que guardara el secreto.

—Déjame entrar —pidió.

Agatha rodó los ojos y dejó pasar a la persona, advirtiéndole con una seña que Phoenix se encontraba durmiendo en la cama. Con cuidado, salieron de la habitación de huéspedes y unieron sus labios con pasión.

—Si alguien se entera de que estás aquí son capaces de posponer el evento de mañana —comentó Agatha, tratando de ocultar su sonrisa.

James negó con diversión. Él conocía su casa demasiado bien como para que eso sucediera. La conocía tanto que sabía que habían colocado un hechizo para impedir su entrada por la puerta principal. Él no era tonto.

—Nadie tiene porqué saberlo —dijo, depositando un casto beso en sus labios. Agatha agarró su mano y fueron a su habitación—. Anda, vamos a dormir.

Agatha arqueó una ceja y cruzó sus brazos mientras veía cómo James se quitaba su chaqueta y la ponía sobre la silla. Él tenía una expresión divertida en el rostro, una que no pasó desapercibida por Agatha.

—¿Dormir? —inquirio, sentándose en la cama.

James asintió. Caminó hacia la cama en la que ambos dormían y se acostó. Haló a Agatha y la forzó a acostarse junto a él, aunque la realidad era que ella no puso mucha protesta. ¿Para qué? Ella amaba dormir junto a él. De hecho, se había convertido en la única forma en la que podía conciliar el sueño.

—Te dije que no iba a tocarte en otro modo hasta que seas completamente mía —manifestó, mirándola a los ojos. Siempre adoró su mirada gris. Era intensa y profunda, dándole un toque especial que no podía explicar.

—¿Cuándo dijiste eso? —preguntó retóricamente—. Oh, sí, ya recuerdo. Hace una semana.

James puso su dedo índice en los labios de Agatha para hacerla callar. Acto seguido agarró su mano izquierda y la entrelazó con la de él. Acercó sus labios hacia su dedo anular, específicamente en el lugar donde se encontraba su anillo de compromiso.

—¿Importa? Total, en unas horas serás completamente mía —susurró, para luego besarla. Instintivamente llevó sus manos al abdomen de su prometida y ella cerró sus ojos, dejando salir un suspiro.

Ya era un acto que se había vuelto costumbre entre ellos, pero seguía teniendo el mismo efecto como si fuera la primera vez. Era algo que tenía que hacer justo antes de dormir o de otra no pegaría ojo en toda la noche.

La maldición Malfoy (#LHDDMYHG2) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora