Capítulo 25: Las brujas se hacen manicura.

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–¿Tu mamá se enfermó?– preguntó Rodolfa viéndolo tomarse la cabeza.

–Ella sufre de los nervios... Creí que estando lejos no volvería a dañarla, sin embargo...– murmuró apretándose las sienes.

–¿Escuchaste Paco? Vamos a viajar en avión.

–¡¿Te volviste loca?! ¡Discutí con mi madre por tu culpa, ¿y ahora quieres que te lleve a verla?!– le gritó enfureciéndose.

–¡Si!

–¡Basta Rodolfa! ¡No estoy de humor!

–¡Entonces te ayudo a empacar!– dijo toda emocionada yendo a su habitación.

–No te molestes, no pienso ir– ella se detuvo y lo miró confundida –. Mamá está mejor sin mi...– aseguró recibiendo como respuesta una fuerte patada que casi le quiebra la pierna –¡AUCH! ¡¿QUÉ DEMONIOS TE PASA, ESTÚPIDA?!

–Me pediste que te golpeara cuando dijeras una tontería.

–No es una tontería, sólo la lastimo– explicó, pero ella volvió a patearle la pierna –. ¡BASTA! ¡YA DEJA DE GOLPEARME! Estoy explicándote que nunca fui un buen hijo, ella nunca fue feliz estando conmi...– la vio preparándose para patearlo nuevamente –¡Ya ya! ¡Ya entendí!– se alejó rengueando –. Iré a empacar, averigua los horarios de los vuelos a Marselle– le arrojó el celular desde una distancia prudencial y se encerró en la seguridad de su habitación.

De alguna forma habían terminado en el recibidor, Nathaniel lo empujaba hacia la puerta de salida con brusquedad, Kentin, influenciado por su amigo y guía espiritual, estaba comenzando a creer que el delegado era presa de alguna extraña y maligna fuerza sobrenatural.

–¡Repito que no es lo que parece!– exclamó algo asustado al verlo tan furioso, luciendo un azul opaco en su rostro, por unos segundos consideró tomarle una foto para regalársela a Rodolfa, sabía que ella la apreciaría, pero tal vez no era el mejor momento.

–¡¿Entonces qué es?! ¡Te metiste a la habitación de mi herman a hurtadillas! ¡Y te encuentro besándola!

–¡Basta Nathaniel!– le gritó Amber –¡No seas exagerado! ¡Ya estoy grande para decidir a quien llevo a mi cuarto!

–¡Cállate Amber! ¡Sabes perfectamente que por culpa de tus caprichitos idiotas acabaré teniendo problemas!

–¡Hijo!– sonó una voz de ultratumba detrás de ellos, Nathaniel empalideció de inmediato –¡¿Esas son formas de tratar a tu hermana?!

–Es que ella... ella...– tartamudeaba Nahaniel nerviosamente señalando a su hermana –¡Metió a ese idiota a su habitación, cuando entré estaban besándose!

–¡¿Entraste al cuarto de tu hermanita sin golpear?!– preguntó el hombre viéndolo muy muy feo –¡¿Y tú, aprovechándote de mi hija?!– miró a Kentin aún peor, quien negaba nerviosamente –¡Ambos merecen un castigo!– exclamó quitándose el cinturón.

–¡No! ¡Papá no!– suplicaba Nathaniel.

Kentin lo miró asustado y luego giró a ver a Amber esperando que alegara algo en su defensa, pero ella en algún momento había huído dejándolos solos a su suerte. El hombre ató las manos de ambos a los extremos del cinturón con una maestría única, y se los llevó a la fuerza hacia afuera. Kentin se dejó arrastrar mirando con preocupación a Nathaniel quien no paraba de suplicar clemencia a su padre.

Los llevó hasta un gimnasio que quedaba cerca de allí, Kentin observaba entre sorprendido y espectante como el hombre con su brutal fuerza amarraba sus brazos y piernas a las esquinas de uno de los arcos de la cancha de futbol cinco, de tal forma que quedó mirando la red, no llegó a ver bien pero seguramente hizo lo mismo con Nathaniel. Acto seguido sonó su silbato y un montón de niños pequeños salieron de los vestuarios armando equipos y comenzando a jugar al futbol, con la premisa de meter la mayor cantidad de goles posible.

CDM: Cada día es maloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora