Capítulo 28: Su sonrisa.

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Despertó al mediodía... ¿Qué importaba? Un par de días antes había descubierto que su chica, su dulce novia, no era tan dulce ni tan suya como creía, todo el tiempo lo engañó, hizo hasta lo imposible por hacerla feliz, pero de nada sirvió, si ella ya tenía a otro, ¿para qué estar con él? ¿Para qué ilusionarlo hasta el punto de hacerlo cometer las mayores idioteces por ella?

Todo fue en vano, sólo estaba burlándose, disfrutando de verlo como un idiota a sus pies. Y el tan estúpido cayó como un gatito...

–Así que por eso me llamaba de esa forma– murmuró sentándose en la cama con los puños cerrados.

Miró a su alrededor con deseos de romper algo, pero no había mucho, el único mueble que aún seguía en pie era la cama sobre la que durmió, esa madrugada al llegar tuvo el ataque de ira más grande de su vida, ¡y no era para menos! ¡Si hasta llegó a sacar a Rodolfa de la casa por ella!

–Rodolfa...– la recordó, y su ira se extinguió en un segundo.

Él ahí quejándose por algo que se buscó, por ser tan estúpido para volver a confiar en esa persona y ella, encerrada injustamente, en un lugar espantoso, sonriendo por una mísera visita.

–¡Demonios, ayer no la visité!– saltó de la cama.

Miró la hora, en unos minutos comenzaría el horario de visita, así que salió corriendo de su habitación, ya tendría tiempo de lamentarse o enfurecer por las acciones de su ex novia, incluso de planear una forma de vengarse, pero ahora debía hacer algo por esa chica que siempre estaba allí cuando la necesitaba, para molestarlo, pero estaba.

Se bañó y comió algo, ya que el día anterior no lo había hecho, alimentó a Demonio antes de salir y tomó al peluche de pitufo que le había comprado, no estaba seguro de que fuera el mismo que ella tanto quería y había perdido, pero sabía que le gustaría ya que se parecía un poco a Nathaniel, al menos tenía la misma cara de idiota.

Al llegar al manicomio, aún faltando veinte minutos para que concluyera la hora de visita, escondió el peluche del tipo de la puerta, a sabiendas de que no le dejarían ingresar ningún tipo de objeto que no hubiera sido revisado por ellos antes, y no planeaba gastarse el escaso tiempo para estar con ella, allí esperando.

Recorrió esos tétricos pasillos, esta vez le resultaban aún más desagradables, seguramente por su estado de ánimo, aunque se esforzara por olvidarlo, su corazón estaba profundamente herido. En esos momentos parecía que jamás volvería a sonreír, aunque algo le decía que cuando llegara con la loquita esa, ya no pensaría así, era increíble que sin proponérselo esa chica tuviera la capacidad de alegrarlo de un momento a otro. Al llegar al pasillo donde estaba la habitación de Rodolfa notó con intriga su puerta abierta, inmediatamente temió que ese loco que la acosaba hubiera entrado, si ella tuviera sus brazos libres estaba seguro de que el tipo lo lamentaría, pero con esa camisa de fuerza no tenía como defenderse.

Corrió hasta la habitación, viendo con alivio que no había nadie más que ella allí, alivio que duró la fracción de segundo que su cerebro tardó en percatarse de que algo no estaba bien. Entró a ese oscuro cuarto casi con miedo, presintiendo algo malo, muy malo.

–¿Rodolfa...?– la llamó acercándose, viendo con preocupación sus ojos desenfocados.

Estaba sentada en el piso, con su espalda apoyada en una de las paredes acolchadas, su cabeza descansaba sobre uno de sus hombros no pudiendo mantenerse erguida por si misma, pero lo que daba más miedo era su mirada, antes llena de vida, con ese brillo de picardía, ahora estaba vacía, no había brillo, no había nada allí, ni siquiera parecía estar mirando algo en particular.

–¡Rodolfa! ¡¿Qué tienes?!– la tomó por los hombros moviéndola asustado, desesperándose más al verla sacudirse como una muñeca de trapo –¡¡¡Doctor!!!– gritó dejándola allí y saliendo al pasillo –¡¡¡Un doctor por favor!!!

CDM: Cada día es maloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora