Odio: No estar seguro de las cosas

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-¿Te pasa algo?- le dije a Samuel mientras observaba a la nada con cara de imbécil por tercera vez en cuestión de minutos. Llevaba todo el día bastante extraño y la situación comenzaba realmente a irritarme- me has traído aquí para un "cita" que no me apetece y ahora te pasas el día mirando al infinito como todo un gilipollas.

-Lo siento, yo- se frotó las manos con nerviosismo mirando su reloj- tengo un compromiso en unos minutos y no me siento tranquilo la verdad.

La media sonrisa que el chico me dedicó en ese instante y su mirada entristecida me dio un poco de pena así que intente calmarlo tomando sus manos con delicadeza, sus rostro se ilumino en ese instante como si le hubiese sucedido algo grandioso, provocando que retirara mis manos de inmediato y le diese la espalda para evitar toparme con su estúpida sonrisa.

-Yo... no sé por qué lo hice- le dije nervioso mientras clavaba mi vista en el fondo del restaurant fingiendo observar las langostas- ni siquiera me interesa realmente que pasa.

-No importa en realidad Guille- se aclaró la garganta con nerviosismo al observar mi rostro de desagrado ante el diminutivo de mi nombre- tengo que encontrarme con unos socios de mi padre en este lugar, será solo unos minutos y luego podremos tener la cena ¿te parece?

-Ya te dije que me da igual- le dije cruzándome de brazos- de igual forma no me apetece realmente tener una comida contigo.

Samuel frunció el ceño molesto e hizo ademan de responderme, pero de inmediato se encogió de hombros y levantándose de la silla se dirigió hacia la entrada del lujoso restaurante saludando efusivamente a dos hombres asiáticos elegantemente vestidos y sentándose en una mesa en el centro con ellos, al verlo parecía bastante incomodo, pero era obvio que sabía fingir muy bien para encajar en sociedad. En cuanto a mí, era obvio que no pertenecía a ese lugar, llevaba puesto mi mejor traje, a petición de Samuel, pero aun así no era lo suficientemente elegante comparado con los otros comensales o con el de Samuel mismo, no entendía la mitad de los platillos que había en el menú y la excesiva cantidad de vino me parecías más que ridícula.

Realmente no deseaba estar ahí, tampoco deseaba estar con él, una parte dentro de mí gritaba desesperadamente que saliera de aquel lugar de apariencias y abandonara al sujeto que había logrado hacer mi vida más que miserable solo esperándome sin encontrar respuesta alguna de mi parte, otra decía que una venganza no valía la pena y una última me imploraba amar a aquel chico tonto y engreído que tenía justo enfrente e a unas cuantas mesas. Todas ellas luchaban en mi cabeza desesperadas por obtener un lugar primordial en mis decisiones y por esa razón me resultaba imposible levantarme o realizar cualquier otra acción en ese momento.

Samuel, tardó por lo menos una hora discutiendo con aquellos hombres, de momentos hablaban efusivamente como amigos y en de pronto se miraban furtivamente como si estuviesen a punto de atacarse, era obvio para mí que Samuel pertenecía a un mundo ajeno al propio, los negocios le habían enseñado a él y a toda su familia que siempre debía obtener lo que quería y a no aceptar un no por respuesta, aquella expresión de amistosa hostilidad que tenía con los hombres extranjeros, demostraban muy bien la clase de persona que era el chico, cambiante y adaptable, capaz de hacer cualquier cosa por obtener lo que quiere, la clase de persona que yo más odiaba, pero ¿era realmente esa persona Samuel?

Los últimos días, me había hecho muchas veces esa pregunta, Samuel se había comportado conmigo de una forma totalmente distinta a cuando nos conocimos, amable, considerado y sumamente dulce, ahora era yo quien realmente me comportaba de una manera sumamente hostil y hasta cierto punto, comenzaba a sentirme triste por él. Una parte de mi quería creer en él, pero otra parte me gritaba que todo era un engaño, una ilusión para lastimarme y terminar de destruirme.

Permíteme Destruirte (Wigetta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora