Odio: La LLuvia

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El constante tintineo que provocaban las finas gotas de lluvia al estrellarse con el cristal de la ventana me trajo de vuelta a la vida, la habitación permanecía en la penumbra y la tenue luz que se colaba por las cortinas era tan opaca que solo podía significar un cielo completamente cerrado por las nubes, había pasado gran parte de la noche en vela, pensando en el desafortunado encuentro que había tenido con Samuel De Luque, dicho encuentro solo había servido para que le odiase aún más de lo que ya lo hacía sin embargo, sus hermosos abdominales y su mirada conciliadora no dejaba de rondar mi mente.

"Serás mío" fue lo último que dijo antes de marcharse ¿Quién se creía? ¿De verdad pensaba que tenía poder sobre todos? Menudo imbécil había resultado ser, desafortunadamente, había algo en lo que el imbécil tenía razón: mi pierna dolía como mil demonios; le maldije por dentro al sentir la terrible punzada recorrer mi pierna por completo, como pude me levanté de la cama y me dirigí al baño, donde reburujé el pastillero con desesperación en busca de un poco de Ibuprofeno, engullí un par de pastilla y me introduje en la ducha pensando en lo mucho que odiaba al culpable de mis heridas –externas e internas-.

El agua recorría delicadamente mi cuerpo, delineando su contorno hasta estrellarse en el suelo y confundirse en la coladera, escocía bastante en mi herida, causándome una tenue mueca de dolor, por razones como estas odiaba la lluvia, no solo ofrecía un clima deprimente y apagado, sino que provocaba situaciones desastrosas como la que me acababa de ocurrir y para mi pésima suerte, la maldita amenazaba con no ceder por el resto del día.

Cuando salí del a ducha con una toalla firmemente atada a la cintura, observé el reloj de reojo, la nueve menos diez, bajé a la cocina y consumí los huevos revueltos que mi madre había dejado en el horno y me dispuse a practicar un poco con el violoncelo. Los sábados tenía cita con mi terapeuta y aunque en ocasiones solían ser frustrantes y molestas, siempre me entusiasmaba saber que podría descargarme por un día a la semana, él no me juzgaba ni contradecía, tampoco intentaba cambiarme, solo me escuchaba y si era necesario intentaba ayudarme, yo le consideraba mi amigo, aunque él se negara a aceptarlo.

Tomé un taxi rápidamente, al notar que se me hacía tarde para la cita, atravesé con prontitud las oscuras y húmedas calles de Madrid, sorteando unos cuantos accidentes y desgracias en el camino hasta detenernos justo al otro lado de la ciudad frente a un enorme edificio de diez pisos, entregué el dinero al chofer y subí en el elevador hasta el último piso, Alex – mi terapeuta- negaba rotundamente que el lujo fuera parte de su vida, pero al atravesar los bellos pasillos y subir al enorme elevador de aquel lujosos edificio, podías darte cuenta que el lujo y la vanidad eran completamente un parte fundamental de su vida, por más que intentara negarlo u ocultarlo. Al llegar hasta el departamento, soné el timbre varias veces en la segunda puerta como lo hacía todos los sábados para indicar mi llegada y me recibió con una sonrisa en el rostro invitándome a adentrarme y tomar asiento en una de las butacas.

Comenzamos hablando de mi semana, y le comenté todo cuanto había sucedido, pero por alguna razón, no sé muy bien cual, omití todo lo relacionado con De Luque, no quería darle importancia y hablar de el en terapia solo colocaría el tema en un jerarquía más alta de lo que merecía. Así que como cada semana terminé por divagar y divagar.

-¿Sigues con migo?- me dijo mientras sacudía la mano frente a mi rostro un par de veces- ¿será posible que siempre suceda lo mismo?

-Lo siento- le dije apenado mientras me acomodaba en la butaca- provocas muchos recuerdos.

-Pero ninguno que externes- me dijo- pero bueno... cuéntame más sobre eso que te está molestando.

-Yo no...

Permíteme Destruirte (Wigetta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora