La voz de Kealev graznaba desde el exterior de la guarida y se elevaba por sobre el bullicio de la tormenta entonando una extraña melodía que le ponía los pelos de punta. Se trataba de una hermosa y antigua canción de cuna que sus padres solían tararear cada noche, antes de dormir, pero la voz de su hermano transmitía una energía muy diferente a la de ese entonces. Isabelle no sabía muy bien si estaba en lo cierto, pero sentía que aquella escalofriante y oscura interpretación por parte del príncipe, era nada más y nada menos que una cuenta regresiva. Un cruel recordatorio de que en cuánto su cántico cesara, sería su fin y tendría que enfrentarse a su despreciable destino.
Estaba segura de que no le quedaba mucho tiempo, un par de minutos con suerte antes de que Sauron llegara a la guarida, y a pesar de que Kealev la había despojado de todas sus armas, no estaba dispuesta a quedarse sentada en un rincón del calabozo. Debía encontrar la manera de liberarse.
Las cadenas, había comprobado anteriormente, serían imposibles de remover sin rebanarse todos los dedos en el intento, por lo que luego de intentar deslizar sus piernas fuera de estas con sumo cuidado, había optado por buscar cualquier objeto lo suficientemente afilado o pesado que le sirviera para romper sus ataduras. Sin embargo, ya habían pasado alrededor de cinco minutos y su tarea resultaba en un total fracaso. Incluso había tratado de desprender una roca de la pared para usarla como arma, pero lo único que había conseguido, eran enormes ampollas y hendiduras en las manos.
—Por favor... —suplicó desesperada
Se dejó caer en el duro suelo y tanteó la tierra a su alrededor en busca de algo, por muy pequeño que fuese, pero como era de esperar, no había absolutamente nada que le fuera útil para salir de ahí. Estaba completamente perdida.
Con los ojos cerrados y la garganta seca, se recostó contra la pared y se quedó en silencio, deseando despertar de esa espantosa pesadilla, deseando despertar en Minas Tirith para correr a los brazos de Légolas y pedirle que se quedara a su lado, que huyeran y construyeran su propio camino juntos. Pero era demasiado tarde para eso, no tenía más remedio que permanecer en ese lugar y aceptar las condiciones de Sauron para que las personas que amaba, se mantuvieran a salvo.
Ya se disponía a quedarse ahí, esperando a que el gélido canto de Kealev se detuviera y anunciara la llegada del Señor Oscuro, cuando sintió algo frío y pequeño punzando contra la piel de sus costillas. Isabelle abrió los ojos y se enderezó de inmediato, buscando entre los pliegues de su andrajoso vestido, hasta que sus manos dieron con un pequeño cilindro oculto entre su piel desnuda y la tela de su vestimenta. Lo envolvió con dedos temblorosos y lo sacó, observándolo bajo la tenue iluminación del calabozo.
Al principio, no supo bien de qué se trataba, pero tan pronto como el cilindro brilló y reflejó la luz de la antorcha, su mente hizo click. Aunque no se explicaba cómo había terminado ese peculiar recipiente con ella en aquel lugar, prefirió no darle muchas vueltas al asunto y pensar en el uso que le daría a su contenido.
¿Debía usarlo en las cadenas, en sí misma o acaso...?
La puerta de madera del otro lado de la habitación se abrió de golpe y se azotó contra la pared. Solo entonces, fue consciente del inquietante silencio que se había formado. Kealev ya no cantaba y la tormenta se había convertido en una suave llovizna otoñal.
Isabelle ocultó el cilindro rápidamente bajo las mangas largas de su vestido y puso sus brazos sobre las rodillas, tratando de lucir lo menos sospechosa posible.
—Padre... debe estar a punto de llegar —anunció el elfo, sin prestar atención a nada más que a un cáliz de oro que llevaba entre las manos.
—¿Qué? —cuestionó Isabelle de inmediato.
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Una batalla por el Amor [Légolas]
Fanfiction"A veces, debemos hacer sacrificios por aquellos que amamos". [EN EDICIÓN] Puede que haya ligeros cambios en los capítulos, pero eso no afecta el desarrollo original de la trama. ADVERTENCIA‼️ Incluye algunos capítulos con escenas +18, así que si no...