Capítulo 25

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—¡Isabelle, por favor, reacciona!

Ni siquiera fue capaz de gritar.

Sus rodillas cedieron y cayó hacia adelante, pero su cuerpo se detuvo cuando chocó contra otro, frenándola justo a tiempo.

—Isabelle... —repitió el mago.

La elfa entreabrió los ojos y jadeó. Se encontraba parada en medio del pasillo de la Torre Negra, exactamente en el mismo lugar que estaba antes de caer en aquel estado de inconsciencia.

—¿Gandalf? —susurró, reincorporándose con dificultad.

—Por los Dioses... Que susto acabas de darme —murmuró el hechicero. Tenía las pupilas dilatadas y los labios tirantes.

—¿Q-qué ocurrió? ¿Adónde... adónde fueron? —titubeó, temblando.

—¿Adónde fueron, quiénes?

La princesa miró alrededor con los ojos desorbitados, buscando a los Nazgûl, a la enorme montaña que se alzaba junto a ella e incluso el cuerpo desmembrado de su madre, pero no había absolutamente nada.

Solo estaban ellos.

—Salgamos de aquí... —susurró.

—¿Isabelle?

—¡Vámonos. Tenemos que irnos! —gritó desesperada.

—De acuerdo. Iremos a buscar a los demás y entonces...

—¡No! —chilló con la respiración entrecortada— Por favor, Gandalf... No quiero que ellos me vean así. Por favor, llévame de vuelta al Abismo de Helm.

El mago la miró angustiado, pero no hizo ninguna pregunta respecto a lo que había hablado con Saruman o sobre su comportamiento. En cambio, asintió y la ayudó a sostenerse para no caer por las escaleras.

Isabelle estaba temblando y sentía que le faltaba el aire. Mientras se acercaban a la salida de la torre, miraba sobre su hombro cada cierto tiempo para comprobar que no había nadie en la oscuridad detrás de ellos, como le había sugerido la voz de su cerebro.

Cruzaron la puerta principal y salieron a los jardines inundados de Isengard, esperando encontrarse con los demás cazadores, pero no había rastro alguno de estos.

—¿Y los otros? —preguntó el mago a Éomer, apenas hubieron llegado junto a él.

—Fueron a las bodegas de más allá —indicó. Sus ojos se posaron sobre la elfa y una expresión de preocupación brilló en ellos fugazmente—. ¿Ocurrió algo?

—No. Isabelle se golpeó bajando las escaleras, pero está todo en orden —mintió Gandalf—. ¿Por qué los demás fueron a las bodegas? —inquirió, cambiando el tema de conversación antes de que el joven mariscal pudiera hacer otra pregunta.

—Encontraron a dos amigos suyos. Unos pequeñitos...

—Merry y Pippin —susurró Isabelle. Sus labios se curvaron en una débil sonrisa de alivio.

—Ya veo —suspiró el hechicero—. Escucha, Éomer, nosotros nos adelantaremos al Abismo.

—¿Por qué? ¿Descubrieron algo?

Isabelle apartó la mirada y el nudo en su garganta volvió a tensarse.

—No. Solo necesito que Isabelle esté cómoda para ayudarla con su... fractura.

El sobrino del rey no parecía estar muy convencido, pero tampoco insistió.

—Por favor, avisa a los demás que estamos bien y que nos encontraremos en el abismo para hablar sobre... nuestro siguiente movimiento. Y por nada del mundo entren a la torre, Éomer.

Una batalla por el Amor [Légolas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora